Siria, un tablero geopolítico con víctimas mortales
- Dario Perero Prof.
- 9 feb 2019
- 10 Min. de lectura

La guerra que vemos hoy en Siria, tiene connotaciones locales y globales, las cuales intentaremos en este artículo dilucidar.
El comienzo de esta genealogía podemos situarlo en marzo de 2011, cuando la ciudad siria de Homs fue acto de protestas anti-gubernamentales. El dictador del país, Bashar al Asad, acusó de ser grupos financiados por potencias extranjeras y empezó una represión salvaje que sirvió de excusa para que sus opositores empezaran una lucha armada sin cuartel; para 2012 ya tenía carácter general en el contexto nacional. Hasta hoy se cuentan casi Medio millón de muertos, entrando su octavo año consecutivo.
Rápidamente, desde distintos medios internacionales se buscó denominar de alguna manera al conflicto, dividiéndose en dos posturas antagónicas: por un lado, la prensa y los institutos de geopolítica occidentales describieron al choque como una Guerra Civil que tenía como responsable al Presidente de dicho país; por otro, los países aliados del Régimen, con los mismo aparatos de propaganda acusaron a potencias occidentales y regionales de armar a los rebeldes, proveyéndoles de logística y de milicianos para derrocar el gobierno. Esta dicotomía parece dividir a los círculos de opinión internacional y generar confusión en la difusión de la información. Me propongo dar una mirada distinta, ateniéndome a buscar las causas de la guerra y sus consecuencias.
Problemáticas. Siria es un país ubicado en el Cercano Oriente, lindante con el Mediterráneo. Heredera de una cultura milenaria de alto valor histórico. Su posición estratégica es vital para el intercambio entre Oriente y Occidente, y eso ha provocado guerras en su territorio desde antes de las Cruzadas. Creado por el acuerdo de Sykes-Picot (1919), es otro de los países artificiales hecho a escuadra por potencias coloniales.
En su composición social interna se encuentran varios de los argumentos del actual conflicto; conformada una población de abultada diversidad étnica (drusos, judíos, árabes, kurdos, alauíes y otras) y diferencias religiosas latentes, sobre todo entre la mayoría sunní y la minoría chií, además de grupo menor de cristianos y judíos. Sobre esta base social, se sustentó la dinastía Al Assad al llegar al poder en 1970 por medio de un golpe de Estado. En ese momento comandado por Hachef al Asad, padre del actual presidente. Apoyado por las élites locales logró generar un consenso que mantuvo estable el país[1]. En el año 2000, heredó el poder Bashar, su hijo. Este se acercó más al Iran chiita, tensionando las relaciones con los sunnitas, a parte de su enemistad anterior con EE.UU. y A. Saudita. Con el apogeo de la llamada “Primavera Árabe” las protestas también se trasladaron a Siria, provocando la reacción del gobierno de la que antes hablábamos, rompiendo el pacto social del régimen.
En este marco, no es casual que desatados los conflictos internos, la situación terminaría en una guerra abierta donde las diferencias religiosas sectarias nacionales y regionales se buscan resolver por la fuerza.
Dinámicas internas/externas. Las potencias internacionales rápidamente tomaron postura por un bando u otro, haciendo de Siria un campo de batalla militar y diplomático global.
En este juego de intereses, resaltan dos actores principales: Estados Unidos y Rusia. El primero, interesado en un gaseoducto que provea de gas a Europa desde Asia Central, necesita un gobierno dispuesto a apoyar esta estrategia que el actual se niega a aceptar, y asegurar una protección duradera a su aliado regional más confiable: Israel; el segundo, preocupado por su pérdida de influencia en el Mediterráneo desde la caída de la URRS, no quiere perder su único aliado y su única base en dicho mar, ubicada en Siria. Dando todo su apoyo a Al Asad. Todo esto agregado a que, también, busca alzarse con la imagen de una Rusia que defiende a los cristianos ortodoxos, que son minoría el Medio Oriente, como lo hizo en el siglo XVIII. Hay que entender que para los estrategas rusos, Siria es una situación excepcional porque de lograrse el proyecto de gaseoducto Nabucco, el mercado de gas europeo se independizaría de Rusia, hundiendo la economía del país. Ambas potencias justifican su intervención con la excusa de combatir el terrorismo.
Es que el país levantino se ha convertido en una mina de reclutamiento y aprovisionamiento del terrorismo internacional. Desde un primer momento, aparecieron en el teatro de operaciones, grupos armados ligados a Al Qaeda (Frente al Nusra), que le quitaron protagonismo a una supuesta oposición más moderada conformada por el Ejército Libre Sirio (ELS) armado y equipado por Francia, Reino Unido y EE.UU. La entrada en escena del Estado Islámico (EI) en 2014 se puede observar como el corolario de una actividad fundamentalista, llegando a apropiarse de la mitad Siria e Irak para luego llamarse así mismo el nuevo califato del siglo XXI. No quedan dudas que a dichas bandas de milicianos integristas los apoyan directa o indirectamente las potencias occidentales, de forma masiva y sin tapujos las potencias sunníes regionales, incluida Turquía.
Abierto el frente internacional, comenzaron a jugar sus cartas las principales potencias regionales enfrentadas en una guerra fría de tintes sectarios: Arabia Saudí (sunní) e Irán (chií) intentan ganar áreas de influencia y la guerra siria es el epicentro de dicho conflicto. La primera quiere un gobierno de predominio sunní, por lo que apoya con armas, logística y campos de entrenamiento a terroristas sin importar su accionar en base a DD.HH. y normas internacionales; el país persa, en cambio sostiene al régimen en su intento de mantener su área de influencia en la región, que se extiende hasta el Sur del Líbano (la llamada Media Luna chií), apoyando con soldados de la Guardia Nacional y con los milicianos libaneses del Hezbollá que entraron al campo de batalla en 2015[2].
A este componente hay que agregarle otras potencias con intereses propios: una Turquía con un tinte cada vez más islámico en su gobierno que no quiere un Estado kurdo independiente en su frontera sur, capaz de fomentar rebeliones internas de estos en su territorio en busca de su independencia. Israel, no quiere una Siria fuerte con la cual ya tuvo guerras en el Siglo XX –donde no hay que olvidar que ocupa el sur del país (los Altos del Golán)- y menos aliada con su rival iraní; sumado esto a sus conflictos con el Hezbollá y el temor de que se fortalezca con una victoria del régimen. La milicia chiita libanesa ha crecido en experiencia militar, logrando influencia política y militar tanto en Líbano pero también Siria, sobre todo en el sur.
El caso turco es paradigmático. Primero aliado incondicional dentro de la OTAN y ahora más cercano a Rusia. En parte por su situación interna, pero también por el giro dado por EE.UU. en la cuestión Kurda. En rigor, desde que Obama anunció el combate al EI, los kurdos del norte de Siria eran los únicos aliados confiables sobre el terreno. Por ende, recibieron armas y entrenamientos más apoyo aéreo. Para Turquía fue un baldazo de agua fría saber que un aliado suyo ayude a una etnia que tiene entre sus reivindicaciones nacionales /territoriales a zonas del sur y oeste de su país. Desde ese momento la relación se tensó, sin visos de un cambio hasta la actualidad. En el plano interno, en 2016 hubo un intento de golpe militar que fracasó con Erdogan. Su deriva nacionalista e islamista lo ha enemistado con una parte del ejército y de los sectores laicos, generando tensiones. Lo cierto es que Ankara interpretó que la intentona era dirigida desde Washington[3]. La relación cambio tanto que después de estar virtualmente en guerra dentro de Siria con Rusia –llegando a su punto más álgido en 2015, cuando un caza ruso fue derribado por misiles turcos-, ahora tienen un entendimiento sobre su rol en Medio Oriente; hasta se han hecho negocios militares y económicos de relevancia[4].
Europa, aunque apoya a la oposición no tiene definida una estrategia, por la ola de refugiados que puede provocar una crisis mayor. Independizarse del gas ruso es más una preocupación de su socio norteamericano por forzar una desconexión con el adversario euroasiático, que una preocupación de la Unión Europea. Desde otra perspectiva China, a pesar de vetar resoluciones en la ONU a favor de al Asad, no se inmiscuye demasiado por sus intereses petroleros en otros países, con los cuales no quiere dañar su relación y para no exacerbar los ánimos con los musulmanes uigures que reclaman autonomía en la provincia Xinjiang. Es cierto que de una manera indirecta apoya a Moscú porque puede eliminar muchos chinos que volverían radicalizados.

Estabilidad caótica. La situación parecía decantarse hacia un “modelo libio” pero la entrada de Rusia en el terreno militar en septiembre de 2015, ha cambiado el escenario de manera rotunda.
En efecto, después de recuperar Alepo –capital económica antes de la guerra-, el gobierno ha ido avanzando apoyado en tres aliados fundamentales: los rusos, Irán y el Hezbolla. Turquía y EE.UU. se han hecho con partes del territorio en el norte kurdo. Así está la situación ahora. Con la decisión de Trump de retirar tropas en el terreno, habla de cómo la guerra se ha decantado en su contra pero no hay que ser ingenuos. EE.UU. se retira pero conserva una base en particular: la ubicada Al Tanf que es la más estratégica, ya que se ubica en el paso entre Irak y Siria, haciendo un “corte” de la Media Luna Chií vital para el dominio iraní[5].
Se puede hablar de una estabilidad caótica, donde cada uno entiende cuales son los límites y las líneas rojas que tiene el otro, el respeto de zonas de influencias no declaradas pero si entendidas entre los actores. Medidas necesarias debido a la multiplicidad de actores. En el interior del país se encuentran bases y tropas que podrían dividirse en tres posiciones:
1- A favor de Al Assad: se encuentran bases rusas ubicadas en la costa del Mediterráneo, donde se encuentran las ciudades más ricas: Alepo, Homs y Damasco. En el mismo sentido en el sur cerca de la frontera con Israel, se han instalados tropas iraníes y del Hezbolla, la guardia revolucionaria del país persa hace tiempo que coordina ataques y dirige ofensivas comandadas por el veterano general Al Husein.
2-En contra de Al Assad: son tropas de EE.UU. ubicadas en el norte kurdo como en el oeste y sur, además de algunas tropas francesas que decidieron no retirarse. A estas se suman las israelíes que ocupan el sur de Siria como ya dijimos. En el Golán ocupado desde 1967, se han incluso creado hospitales de campaña para ayudar a los milicianos heridos que pelean cerca de Damasco, la capital.
3- Son tropas turcas ubicadas en el norte, que ocupan ciertos pueblos aliados a algunas milicias armadas por el gobierno de Erdogan.
Ante una ocupación total del territorio, sumado a las bandas terroristas debilitadas por los fracasos militares contra el gobierno pero con capacidad de hacer un daño considerable, es loable un entendimiento entre las potencias.
Rusia sabe que no debe entrar en conflicto con Turquía, ni con los kurdos apoyados por Estados Unidos, ni atacar a los iraníes como tampoco a los israelíes. El peligro de una guerra o de una represalia es latente y muy alta. Así mismo, el equilibrio es respetado por los demás de igual manera. Un equilibrio caótico para una guerra caótica que puede desequilibrarse en cualquier momento.
Peligros. El desinterés de Trump por Siria desde un comienzo –tal vez, parte de su estrategia de distención con Rusia- ha sido criticado por el establishment de su país. Lo cierto es que ni Obama tenía claro que hacer; su intento de atacar el país en 2013, aduciendo una respuesta a los ataques químicos del régimen, fue abortado por el aislamiento internacional y la oposición de Moscú. Un rasgo más de la decadencia de la influencia estadounidense en Siria y en Medio Oriente en general. Una política errática que desde Bush hijo no hace más que desintegrar estados generando el caos en toda la región (queda la duda de si no es esa la estrategia, desintegrar estados como proponía Donald Rumsfeld y Cebrowski)[6].
Ante el vacío dejado por EE.UU. y la derrota casi total de los grupos terroristas apoyados por los países del Golfo (Arabia Saudí, Qatar, etc.), tres actores parecen dominar en el escenario diplomático y territorial: Rusia, Turquía e Irán. Un eje geopolítico que intenta con bastante éxito dejar fuera de discusión a los países occidentales, Israel y las potencias sunníes.
En efecto, los mandatarios –Putin (Rusia), Erdogan (Turquía), Rohaní (Irán)- se han reunido varias veces para trabajar en el posconflicto, intentando diagramar zonas de influencias en las que puedan dividir el país, aunque suene duro. Dos son los problemas que pueden estallar en el futuro.
El Primero, los kurdos. Son una de los problemas mayores, Turquía quiere ocupar todo el Norte para seguir un proceso que viene llevando adelante desde 2015: la turquización de los pobladores de lugar, creando escuelas, prohibiendo idiomas locales y destruyendo la cultura de los pueblos asentados. Una estrategia de resurgimiento neo otomano que preocupa por la violación de los DD.HH. que pueda ser replicada en el Kurdistán iraquí. La conflictividad crece porque los kurdos –abandonados por la Administración Trump- piden sumarse como región autónoma al nuevo Estado sirio que surja al fin de la guerra. Al Assad ha comenzado a ocupar la zona generando el primer roce con los turcos.
El segundo, un posible conflicto entre Irán y Rusia, los grandes aliados del gobierno. Las zonas de influencias con uno de los conflictos. Irán también lleva una iraniarización de los pueblos que controla, impulsando el chiismo como lo hacen en Irak. Hace unos días, el diario ruso Sputnik en una fugaz nota hablaba de enfrentamientos entre tropas de ambos países al sureste de Siria, en donde se enfrentaba dos símbolos del régimen: las fuerzas de élite Tigre que, junto a Rusia, ha luchado en las batallas más importantes durante la guerra, contra el hermano del presidente apoyado por el país persa[7]. El fondo de la cuestión es quien se queda con la reconstrucción de la infraestructura destruida del país (China puede/quiere entrar en el negocio). Un conflicto que involucre a ambos países puede degenerar en una guerra regional que involucre a Israel y el Hezbolla, algo posible debido al interés del Estado judío por el gas de las costas del Líbano[8].
La situación es sumamente compleja, una guerra regional con desencadenamiento global es el peor de los escenarios; una paz pactada entre las potencias parece ser la mejor de las posibilidades. La respuesta parece estar a la vuelta de la esquina.
[1] Jesús Gil, Alejandro Lorca, Ariel José James: Grupos étnicos y facciones en la lucha de poder en Siria, verano de 2012.
[2] Baset, Lluis: Guerra Fría en el Islam. El País 5/10/2016.
[3] Erdogan acusa a su ex hacedor político, el teólogo Fatullah Gullen, de estar detrás del golpe. Gullen vive en EE.UU., al pedir la extradición Turquía y ser rechazada por Obama y luego por Trump, generó tensiones.
[4] Luego del derribo del caza ruso, Putin y Erdogan firmaron contratos de compra por parte de Turquía de misiles S400 y reactores nucleares.
[5] Ángel Martinez: No, Trump no se retira de Siria: una pequeña base es la clave de su estrategia contra Irán. El Confidencial, 29/01/2019.
[6] Thierry Meyssan: Salir de la guerra contra Siria. Red Voltaire, 11/09/2018.
[7] Reportan un conflicto armado en Siria entre las Fuerzas Tigre y la división de Maher Asad. Sputnik, 29/01/2019.
[8] Alfredo Jalife Rahme: Las guerras del gas de Netanyahu contra el Líbano. La Jornada, 21/02/2018.
Comments