top of page

EE.UU. vs China: la lucha por la primacía

  • Foto del escritor: Dario Perero Prof.
    Dario Perero Prof.
  • 15 mar 2019
  • 14 Min. de lectura

La guerra comercial comenzada por EE.UU. contra China, es la respuesta a la disputa hegemónica que le plantea el país asiático a la potencia norteamericana. La tecnología es el plato fuerte de la nueva confrontación mundial. Varios son los escenarios.

Relación de conveniencia. Después de la reunión entre Mao y Nixon en 1972, que fraguó una distensión entre los dos gigantes y aisló a la URSS, las relaciones entre EE.UU. y China mejoraron notablemente, pese a que la desconfianza persistió siempre. Con las medidas de Reforma y Apertura de Deng Xiaoping que dieron inicio en 1978, se comenzó a forjar una convergencia geoeconómica: China recibía inversiones masivas de empresas estadounidenses –gracias a sus salarios bajos, una mano de obra suficientemente cualificada y un Estado autoritario que controlaba cualquier resistencia obrera- que hicieron crecer a su economía e industrializaron al país; mientras tanto, Estados Unidos se beneficiaba de las importaciones de productos baratos chinos que pisaban cualquier brote inflacionario en los precios e impulsaba el consumo, principal motor de su economía. Rápidamente, se concluye que ambos se beneficiaban.

En lo geopolítico, China se encontraba en un retraimiento hacia dentro de sus fronteras, no oponiendo ninguna resistencia a la hegemonía de EE.UU. en el mundo, primero en su enfrentamiento con la URSS y luego cuando la supremacía norteamericana era evidente, desde 1991.

Pero la desconfianza nunca desapareció en dos campos específicos. Por un lado, los estrategas estadounidenses esperaban que con el advenimiento del mercado y ciertos rasgos de la cultura occidental, harían que en China haya un cambio de régimen que diera paso a un orden de democracia liberal; nada de eso ocurrió: el régimen se fortaleció y recobró el consenso social que parecía haber perdido luego de las protestas de Tiananmén en 1989 (momento en que todos los países occidentales dictaron un embargo de armas que continua hasta la actualidad). Por otro, en lo económico comenzaron a aparecer discrepancias en varios aspectos fundamentales de la relación comercial. EE.UU. fue creciendo en sus quejas por las obligaciones del Estado chino a las empresas norteamericanas de trasferir tecnología a las filiales nacionales, para elaborar sus propios productos. Además, se fue creando en los cinturones del óxido (ubicados en varios estados industriales) una mayoría social perjudicada por la desindustrialización provocada por la deslocalización de la producción, principalmente a China. Paralelamente, una parte de la élite política y económica en Washington, veía que Pekín era un peligro futuro para su hegemonía, ya que su crecimiento era imparable y porque el déficit comercial con el dragón asiático parecía no parar de crecer.

En lo político, las críticas de la diplomacia china a la guerra de Irak, Libia o Siria y su acercamiento a Rusia (vetando conjuntamente en la ONU), la creación de los BRICS, su avance comercial en África y sobre todo en América Latina, amplió su influencia mundial alarmando a amplios sectores del Establishment norteamericano.

Fue así que con Obama, las relaciones cambiaron de tono. El llamado “pivote asiático” presentado en 2009 por la Secretaria de Estado en ejercicio en aquel momento, Hillary Clinton, planteaba la salida de EE.UU. de Oriente Medio para el traslado de sus FF.AA. al pacífico, en específico al Mar de China Meridional, para contener al Imperio del Medio. Es relevante por ser el primer proyecto de contención concreto y directo planteado desde la Guerra Fría. El avance militar, iría acompañado de dos grandes TLC (Tratado de Libre Comercio): uno con Europa, para consolidar el dominio comercial del Occidente frente a Asia; otro en el pacífico, con el fin de aislar a China y de esa manera detener su crecimiento e influencia en la región. La preocupación por un posible liderazgo financiero quedó patente, con una frase de Obama en 2015, en el marco de que en Pekín se estaba inaugurando el BAII (Banco Asiático de Inversiones e Infraestructura): “"En un momento en que el 95% de nuestros consumidores potenciales viven en el extranjero tenemos que garantizar que somos nosotros quienes estamos escribiendo las reglas de la economía mundial, y no países como China", diría el Presidente[1].

Pero todos los planes de los demócratas, se vendrían abajo cuando esa “mayoría silenciosa”, de las zonas industrializadas y blancas del EE.UU. profundo, decidieran apoyaron a un candidato con posturas proteccionistas y que hizo foco en toda su campaña contra los chinos, acusándolos de “violar” a su país con el déficit comercial y el robo de los empleos industriales. Fueron ellos los que dieron en Estados con gran significancia en los colegios electorales, la victoria a Donald Trump en las elecciones de 2016. Desde allí, una nueva era de competencia estratégica entre ambos países ha comenzado (todo por iniciativa de los Estados Unidos, es bueno aclararlo).


Trump junto a Xi

Competencia estratégica. En 2017, primer año de gobierno de Trump, la Estrategia de Seguridad Nacional (NSE, en sus siglas en inglés), sostenía que desde ese momento EE.UU. debía prepararse para una era de competencia estratégica donde la lucha contra el terrorismo debía dejar de ser la prioridad, para pasar a serlo la lucha global contra Rusia y China por la supremacía global. La nación del Lejano Oriente constituye, según este informe, una “amenaza existencial” para la Seguridad Nacional[2].

El primer paso fue abrir un canal de negociación con China, que tuvo su coronación con la visita de Xi Jinping a la mansión personal de Trump en Mar-a-Lago en el Estado de Florida. Allí, el líder chino se comprometió a comprar más productos industriales estadounidenses (Gas Natural Licuado (GNL) y petróleo de esquisto, soja, autos, etc.) para recortar el déficit comercial, récord entre ambos países –casi la mitad del total del pasivo comercial de EE.UU. viene de China-. Además de comprometerse a no devaluar la moneda que permita una mayor competitividad de las exportaciones, que la Administración republicana sostiene es un arma controlada por el Estado chino y no por el mercado como en todo el mundo. La cuestión de las trasferencias tecnológicas y de las acusaciones sobre espionaje industrial, fueron dejadas para otras ocasión. Por su parte, EE.UU. prometía no aplicar la sección 301[3] para imponer aranceles a las importaciones del gigante asiático.

Estos acuerdos fueron reafirmados en el viaje del presidente estadounidense a Pekín, donde la sintonía entre los dos mandatarios parecía ser personal, a tal punto que el visitante llegó a decir que Xi era “un gran amigo”.

Pero en el devenir de 2017, el déficit no se redujo. La parte estadounidense acusó a China de cumplir los acuerdos pero lo cierto es que el desequilibrio en el sector externo de la economía de la primera potencia mundial, es consecuencia de las medidas tomadas en el sector interno: la rebaja de impuestos y la desregulación financiera hicieron que los capitales especulativos en los mercados emergentes regresaran a la casa matriz (los activos están en dólares) llevando a la devaluación de las monedas globales, entre ellas el Yuan. La misma rebaja de impuestos provocó un crecimiento de la economía de EE.UU. que presionó a la FED en la suba de la tasa de interés para evitar lo que se llama “recalentamiento”, haciendo que sea más rentable invertir en su nación de origen, por lo que los activos en el mundo regresaron a Wall Street, otro argumento en contra de la acusación de Trump y sus asesores, devaluando aún más la moneda china. Por último, la discusión déficit/superávit es discutible. Muchos economistas sostienen que un déficit comercial es saludable para la economía de EE.UU.: significa que el país está creciendo y que el gasto de los consumidores también, por lo que las importaciones crecen a mayor ritmo para abastecer un mercado más grande y en expansión. Argumentos nada desdeñables, pero a Trump le obsesiona el déficit (y algo más).

Por eso, en 2018, Washington impuso aranceles a las importaciones desde China, a productos de todo tipo pero sobre todo los tecnológicos, comenzando una guerra comercial bilateral nunca vista en la historia contemporánea. En este punto es necesario detenerse. La Administración republicana está preocupada por el crecimiento en los sectores tecnológicos de Pekín. Sobre todo, luego de que el país asiático lazara con bombo y platillo en 2015, el plan “Made in China 2025”, que toma 17 sectores de la nueva tecnología donde la nación debe alcanzar a sus rivales para dicho año y liderar para 2050. La parte estadounidense acusa a China de forzar las transferencias tecnológicas, y de utilizar sus empresas y servicios de inteligencia para robar secretos tecnológicos de sus empresas y del Pentágono. Pekín acusa a Washington de querer frenar su crecimiento utilizando una batería de excusas sin visos de ser reales; sobre todo, luego de que el dragón asiático –desde la llegada al poder de Xi Jinping- está haciendo esfuerzos para pasar de una economía orientada a la exportación, a una donde prime el mercado interno y el consumo masivo.

Además de los aranceles, EE.UU. está utilizando otros mecanismos de los que su poder hegemónico en relativa decadencia (pero aún de gran relevancia estratégica). El primer ataque estadounidense fue para la empresa ZTE a la cual se le prohibió la compra de microprocesadores y otros artefactos necesarios para el funcionamiento de la empresa, lo que casi provocó la quiebra de corporación. Si no fuera por la negociación entre uno y otro país, ese hubiese sido el resultado. Actualmente, Canadá, haciendo caso a un pedido de la justicia de Estados Unidos, detuvo a la hija del dueño de HUAWEI (la empresa de celulares más grande de China y una de las tres más grande del mundo), con orden de extradición que se hará factible en cuestión de semanas. No es casual: tanto ZTE como HUAWEI son las dos empresas que más invierten en Ciencia y Tecnología de China, y más aún, son las que más invierten en innovación en el campo de la Inteligencia Artificial y el 5g[4] –sectores donde el país asiático va por delante de EE.UU.-, además de ser las únicas junto a Xiaomi y OPO que están invirtiendo masivamente con ayuda del Estado para crear microchips propios –el 90% de la producción mundial está en manos de multinacionales estadounidenses, con base en Silicon Valey-, por temor a que un veto norteamericano destruya la industria nacional de dichos aparatos tecnológicos.

¿Por qué tanto interés en detener el avance tecnológico chino? Es básico. El mundo se encuentra inmerso en la que se conoce como 4º Revolución Industrial, donde la innovación y la economía del conocimiento son el centro de la misma. Por ahora, EE.UU. y otros países desarrollados como Japón, Suiza, Corea del Sur, Israel o Alemania, dominan pero China se acerca. En Inteligencia Artificial, se encuentra a la cabeza de los progresos hechos hasta ahora (sobre todo sus universidades); en robótica ya es el máximo comprador; en 5g está ganando la carrera; en biotecnología y otros campos también se encuentra en constante progreso. Se sabe que quién lidera la tecnología, toma la lanza en las revoluciones industriales y quién gana dichas revoluciones, termina liderando el mundo. La historia lo demuestra, ahí la desesperación de los estrategas de EE.UU.

A lo estipulado se suma que esas nuevas tecnologías serán en un futuro las que dominen militarmente el campo de batalla. Robots, armas autónomas, drones, satélites, armas hipersónicas (misiles, torpedos), materiales de guerra electrónica, etc., están entre algunos experimentos que se están probando. Dentro de esa confrontación tecnológica, se encuentra la salida unilateral del tratado de control de armas nucleares y misiles estratégicos (INF) con Rusia. En el mismo, las dos grandes potencias pactaron no producir misiles de alcance intermedio (los más peligrosos porque pueden desplegarse cerca de las fronteras enemigas) pero China no entró en aquel momento (1987). Hoy EE.UU. exige que el país asiático se una ya que le preocupa la cantidad de dicho armamento que produjeron, peligrosos porque podrían atacar portaaviones norteamericanos o a la propia Taiwán. Un dato a no perder de vista.

Por lo pronto, en uno y otro lado del Pacífico la oposición a la guerra comercial ha ido creciendo a medida que, al efectivizarse las restricciones comerciales, algunas ramas de las cadenas de valor globales comenzaron a sentir el impacto. La interdependencia construida durante décadas de relación bilateral en el marco del capitalismo global es muy difícil de romper. En EE.UU., las oposiciones son más fáciles de notar porque pueden ser públicas abiertamente; en China, son veladas por el temor al autoritarismo del nuevo líder.

En la parte norteamericana, los demócratas y parte de los republicanos que siguen apostando al libre comercio se han declarado contrarios a un enfrentamiento de estas magnitudes desde un comienzo. A pesar de que aceptan la necesidad de enfrentar a China, no coinciden en la manera y en las formas del magnate devenido en Presidente; postura criticada también por los grandes medios de comunicación del país (New York Time (NWT), Washington Post (WP), etc.). A dicha oposición política, se le suma la de una rama del empresariado, con raíces en las costas del Pacífico (California, en mayor medida), sobre todo Silicon Valey y sus empresas tecnológicas que temen una desconexión o la pérdida de ganancias por las medidas punitivas del otro bando. Apple ha acusado el primer golpe, con la caída en sus beneficios corporativos en 2018. En la parte China, son más de uno los que directa o indirectamente están cuestionando la forma de dirigir las negociaciones del Presidente. Tres son las líneas: la primera, es la sumisión al camino tomado por Xi y sus funcionarios de negociar cediendo en algunos aspectos y resistiendo en los que ellos consideran innegociables; la otra, es la tomada por los halcones de la burocracia Comunista que visibilizan sus propuestas en uno de los diarios oficiales del Partido: el Global Times. Allí proponen una postura más dura, donde el país no ceda nada y lleve el conflicto hasta las últimas consecuencias para proteger su soberanía. Por último, está la mirada de quién fuera el negociador de la entrada china a la OMC, (Organización Mundial del Comercio), Long Yongtu, vehículo que catapultó al país a ser la mayor potencia comercial global. En unas declaraciones recientes, criticó al líder actual por creerse más poderoso de lo que en realidad es, con la Ruta de la Seda y una guerra comercial imposible de ganar que le hace daño a la economía y a la sociedad. Algo que muchos diputados considerar cierto, por ellos las tensiones en las últimas sesiones plenarias del Partido, las críticas y las tensiones han ido creciendo.


ZTE Y HUAWEI: las joyas tecnológicas chinas

Escenarios. Ante la guerra comercial y la declaración formal del Secretario de Estado y ex director de la CIA de la Administración Trump, Mike Pompeo, de que Rusia es el enemigo a corto plazo pero China lo es medio/largo plazo[5], es necesario plantear hipótesis/escenarios de los que puede venir en la disputa por la primacía que recién comienza:

1- El modelo japonés. A principios de 2019, las partes se acercaron. Las negociaciones han tenido un principio de acuerdo, donde la que más cede es China que se sume a las exigencias estadounidenses. Acepta comprar más bienes y servicios para bajar el déficit comercial, además de que ya promulgó una nueva ley de protección de Propiedad Intelectual y de transferencia de tecnología, por lo que acepta las acusaciones de su contraparte. Sumado a que se compromete a no devaluar su moneda para impulsar las exportaciones; EE.UU. solo aceptaría rebajar los aranceles. Aún más importante es que en la reunión del Congreso del Partido Comunista a principios de este año, ni se nombró el programa “Made in China 2025”, un guiño a Trump. La economía china está muy débil, por causantes que ya vimos en otro artículo. Un acuerdo también podría ayudar a ahuyentar los miedos de una inminente recesión en EE.UU., que algunos ya vaticinan para 2020, e impulsaría la economía de los Estados con más votantes de Trump para las elecciones del próximo año. El peligro para China es caer en un nuevo “Acuerdo de Plaza” con los que con medidas similares, en la era Reagan, se hundió a la economía japonesa en una recesión permanente que continua en la actualidad. No parece probable porque China es una potencia más diversificada y menos vulnerable a los embates externos, con potencial nuclear y militar mayor. Geopolíticamente es un escenario diferente.

2- Una bipolaridad flexible o rígida[6]. Kaplan, analista de la corriente conocida como la teoría crítica, sostenía que existían estos dos tipos de enfrentamiento entre dos potencias. En la Guerra Fría, fue una rígida; la actual podría ser una flexible. Un G2 plantearía una lucha geopolítica en donde los demás competidores quedarían rezagados porque la misma confrontación impulsaría, en los ámbitos económicos y tecnológicos, a las dos potencias por encima de las demás, donde los espacios de negociación/confrontación se convertirían en una constante en las relaciones sino-estadounidenses. Por ejemplo, al comprarle Gas, soja o petróleo China impulsaría la economía de EE.UU., y al mismo tiempo dejaría de comprarle dichos productos a otras naciones (Rusia, Brasil, Argentina, etc.); mientras tanto, EE.UU. no aplicaría aranceles o restricciones a las tecnológicas chinas, dejando libre el desarrollo global del país. Esta es la postura que Jorge Castro expone todos los domingos en su “Mirada Global” en el Diario Clarín (Argentina). ¿Dejarán los estrategas americanos crecer a una potencia que puede disputarle la primacía global en cuestión de años? Quién escribe cree que no.

3- Desconexión. Una bipolaridad rígida no parece probable por la interdependencia económica existente y además, a diferencia de la guerra fría, no existen bloques compactos. El escenario más peligroso sería el que plantean algunos halcones de línea dura dentro de la Casa Blanca –liderados por el asesor comercial Peter Navarro-, que proponen llevar la guerra comercial hasta el límite que provoque la necesidad de las empresas a renunciar a sus plantas en China y buscar otros mercados, para romper la interdependencia comercial y la sinergia de las dos mayores economías del mundo. Lo que podría terminar en un escenario catastrófico para la economía global; por lo que no parece una opción: las empresas de Estados Unidos quedarían muy dañadas.

4- Una Guerra Fría por 20 años. Esta es la predicción de Jack Ma[7], el hombre más rico de China y dueño de Alibaba (el Amazon chino). Resulta interesante la declaración porque no solo es un empresario muy influyente de la segunda economía global, sino que además es miembro del Partido Comunista (como se filtró hace poco). Lo que aduce el empresario es una guerra fría a gran escala y multidimensional, donde EE.UU. intentará frenar el crecimiento del poder de Pekín con ataques directos (guerras comerciales, restricciones, sanciones, etc.) e indirectos, cerrándole mercados o el abastecimiento de recursos naturales necesarios para impulsar su potencial industrial –los casos de Venezuela o Tanzania, donde Washington busca el cambio de régimen, son señales de alarma para los estrategas asiáticos-. Este parece el escenario que más posibilidad tiene de ocurrir, en mi consideración.

La hipótesis que más teme China es un frente entre EE.UU. junto a la Unión Europea y japón para presionar a Pekín con la intención de abrir su mercado. Por lo pronto, Alemania cedió a la presión de Washington para prohibir la compra por parte de tecnológicas chinas de empresas estratégicas de su país. Occidente vuelve a presionar para conseguir privilegios en el enorme mercado de 1300 millones de chinos (la ley de Inversiones Extranjeras que abre mucho más a la economía china a empresas extranjeras, demuestra el temor de los dirigentes comunistas a un frente de este tipo).

La gran victoria de Trump es haber instalado el “tema China” en las elecciones de 2018 y, principalmente, para 2020. Los votantes esperan que los candidatos se pronuncien sobre la guerra comercial y otros aspectos de la relación bilateral. En el Partido Demócrata, por ahora, tres son los postulantes que se han pronunciado. Sanders –estafado por los superdelegados en las primarias de 2016-, ya había propuesto aranceles para protegerse del dumping y otras prácticas comerciales que considera perjudiciales (creadas por la globalización que EE.UU. impulsó, no lo olvidemos), ahora se despega para no quedar pegado a Trump pero en eso comparte algunos puntos con la actual Administración. El ex vicepresidente de Obama, Joe Biden, es partidario de regresar a la situación anterior, regresar al libre mercado y apostar al Tratado comercial en el Pacífico. La otra estrella en ascenso, Beto O’Rourke, propone fortalecer los sindicatos para enfrentar la competencia china. En la contraparte, de no darse una crisis del Partido Comunista, Xi seguirá dominando la política hacia EE.UU. apostando a la negociación/tensión como hasta ahora.

China está dispuesta negociar pero es Estados Unidos quién no acepta ceder en nada. Quizás porque siente que el tiempo juega en su contra. Ganen los demócratas o de continuar Trump, las tensiones continuaran porque en el fondo es el establishment estadounidense quién ha enfocado al país asiático como su rival existencial. Estamos en las puertas de una nueva Guerra fría o de una paz caliente. En el momento en que la potencia hegemónica se encuentra en declive, se vuelve más agresiva, mientras la que va en ascenso, intenta negociar para no entrar en conflicto con el Orden Mundial construido por su rival. Eso es lo que vemos actualmente.

[1] Rusia Today (RT): Obama: "Las leyes de la economía mundial debe escribirlas EE.UU., no China". 17/04/2015.


[2] Carlota García Encina: La Estrategia de Seguridad Nacional de Trump. Real Instituto Elcano, 09/04/2018.


[3] La sección 301 es una Ley de la época de Nixon que plantea que, ante una amenaza a la seguridad nacional, el Presidente puede imponer aranceles sin pasar por el Congreso.


[4] Alfredo Jalife Rahme: Guerra high-tech de EEUU vs China: secuestro judicial de la hija del dueño de Huawei. Hermenéutica geopolítica, Sputnik, 07/12/2018.


[5] Hispantv: Pompeo: China es el mayor reto a los intereses de EE.UU. 11/12/2018.


[6] Torio Hernández Mónica: Equilibrio de poder: una mirada desde la teoría crítica. Foreign Affairs Latinoamérica, 08/03/2019.


[7] BBC: Guerra comercial China-EE.UU.: la advertencia de Jack Ma, cofundador de Alibaba y uno de los empresarios más influyentes del gigante asiático. 20/09/2018.

 
 
 

Comments


© 2023 para  Le Cõuleur. Creado con Wix.com

bottom of page