Apuntes para entender el concepto de “populismo”
- Dario Perero Prof.
- 18 mar 2019
- 14 Min. de lectura

Cuando hablamos de populismo, surge un problema no de índole histórica sino una más cercana a lo sociológico o lo estrictamente epistemológico. Esto se da por diferentes causas que iremos desarrollando a lo largo de este escrito.
Indefinición epistemológica. La primera de ellas es que esta indefinición va cargada, por un amplio espectro de los estudiosos u opinólogos del tema, de un componente negativo promovido por el establishment económico y político. Respecto a esto, Mackinnon y Petrone nos dicen que “en el lenguaje periodístico actual, los gobiernos que siguen políticas neoliberales afirman con frecuencia que no están dispuestos a aplicar y/o volver a políticas ‘populistas’. En este caso, utilizan el término como sinónimo de un Estado interventor y asistencialista que controla los servicios públicos, es dueños de empresas, alienta el proceso de industrialización a través de regulaciones, subsidios y protección aduanera, y usa el gasto público con fines políticos (…) el populismo aparece como la negación de los valores elementales de la democracia representativa al poner énfasis en la cuestión del liderazgo ‘demagógico’, las relaciones clientelistas y la ‘manipulación de las masas’” (p. 13)
En segundo lugar, también tiene que ver con la falta de lo que podríamos llamar una unificación de criterios epistemológicos. Es decir, la falta de un marco teórico claro para definir a que se debe denominar un régimen populista. Siguiendo a los autores antes citados[1].
Genérico. Los primeros movimientos denominados con esta acepción, son los Narodniki rusos y los movimientos rurales del medio oeste norteamericano, ambos en el final del siglo XIX. Mientras los primeros fueron un movimiento de la Intelligentsia eslava que proponían una fusión de los intelectuales con el pueblo común, los movimientos rurales estadounidenses tenían una visión menos socio-cultural y más económica; unos eran utópicos y revolucionarios (cambios estructurales), los otros solo querían reclamar por condiciones económicas para ellos justas (cambios coyunturales).
Los Narodniki fueron el primer movimiento revolucionario ruso, cargados de un nihilismo que asustó al mismísimo Dostoievski en “Los demonios”. Los farmers del EE.UU. rural, en cambio, sólo querían un recorte de impuestos y una protección para sus productos agrícolas. El People Party (Partido del Pueblo) fue una experiencia anti élites que terminó apoyando la candidatura demócrata en 1896, perdiendo gravitación política luego de su derrota.
Movimientos latinoamericanos. La palabra populismo encuentra otra categorización en los caso de nuestro continente. El peronismo, el varguismo, el cardenismo, son ejemplos más conocidos, junto a otras experiencias como Gaitán en Colombia o el aprismo en Perú, de los movimientos que hoy consideramos como construcciones políticas populistas.
Las dificultades surgen cuando los movimientos trabajados “manifiestan hostilidad hacia los intelectuales como lo han hecho muchos movimientos populistas; cuando la gente común expresa sus opiniones, con frecuencia estas resultan opuestas a los sesgos liberales y progresistas de los intelectuales”, además “la tensión entre el populismo y sus analistas en el mundo intelectual debe mucho también a que apareció como fenómeno político en el contexto de una profunda crisis de democracia liberal después de la primera guerra, bajo la expansión del fascismo y la victoriosa revolución rusa con sus efectos disruptivos –aunque en direcciones muy diferentes- sobre el orden institucional formado en las fuentes liberales” (p. 15), arguyen Mackinnon y Petrone (Ídem, 2005).
Algunas de interpretaciones sobre los populismos clásicos son: línea con foco en el proceso de modernización, que plantea la aparición de estos regímenes como una transición desde una sociedad tradicional a una moderna (Germani, Di Tella, Stein); línea histórico estructural, vinculan a este nuevo Estado interventor con la crisis del Estado Oligárquico y el modelo agroexportador (Cardoso y Falleto); línea marxista, se analiza los movimientos populistas dentro del marco del capitalismo (Ianni); línea gramsciana o hegemónica, surgen dichos movimientos de una crisis de hegemonía donde ningún sector social tiene la suficiente fuerza para imponer un Status quo propio (Portantiero, Welfort, Torre); línea coyunturalista, hacen hincapié en el análisis de los sectores sociales en un momento dado, sin buscar explicaciones históricas (French, Doyon, James, Tamarin, etc.); línea interpretativa, una interpretación más enfocada en el discurso ideológico (Laclau, de Ipola, Taguieff, Worsley). A grandes rasgos, estas serían las corrientes de interpretación más relevantes, aunque a veces se superponen unas con otras (Mackinnon y Petrone. Ídem, 2005).
Antes de continuar, es de importancia elemental poder despejar dudas sobre dos conceptos adyacentes al populismo: cesarismo y bonapartismo.
Carlos Vilas[2] nos recuerda que “es innegable que elementos de bonapartismo y de cesarismo se presentan en los fenómenos populistas. Ante todo, el ingrediente multitudinario y, en particular, esa especifica combinación de jerarquía social y movilización de masas, de autoritarismo y democratización (…) los ingredientes de democracia plebiscitaria” (p. 43) son algunas de las características símiles. Aunque el mismo autor nos advierte que identificar el fenómeno populista con el cesarismo o bonapartismo es insuficiente. Veamos las diferencias.
El cesarismo se asimila en su relación líder/masas, esa promiscuidad entre el dirigente y sus seguidores. Pero su diferencia esencial es el uso de la democracia plebiscitaria de manera absoluta en el primer caso (cesarismo) y de manera complementaria a la democracia electoral en el segundo caso (populismo). El bonapartismo, en cambio, es un régimen donde prima como eje central la relación entre el Estado y la sociedad. La base de dichos movimientos, es la de una sociedad fragmentada que permite la autonomía del Estado por sobre los distintos actores sociales, gracias a las diferencias y disgregaciones de estos mismo actores. El populismo, por su parte, se sedimenta sobre masas de trabajadores o campesinos suficientemente estructuradas que suele llamarse corporativismo; esta última característica, hace del llamado “equilibrio catastrófico” distintivo del bonapartismo, no se encuentre en el populismo (Carlos Vilas, 1985). Lo mismo sucede con el fascismo. El populismo tiene el corporativismo del cesarismo o el bonapartismo (sindicatos, ejército) y, en muchos casos, coincide en su marcado anticomunismo, pero a diferencia de este, Vilas nos recuerda que mientras el primero es un proyecto del capital monopolista, aliado a las masas urbanas y la clase media. Mientras el segundo ve a dicho capital como el enemigo.
Aclarado, es conveniente hacer un análisis de los dos regímenes populistas clásicos más relevantes: el varguismo en Brasil y el cardenismo en México, además del peronismo argentino.
Si analizamos el caso mexicano, vemos como en líneas generales el gobierno de Cárdenas llega luego de una etapa controversial para la historia de dicho país: el callismo. Apoyándose en el campesinado (reforma agraria) y en menor medida en los trabajadores (mejoras laborales, legalización de sindicatos), el nuevo presidente y ex militar pudo inclinar la balanza a su favor en la correlación de fuerzas con Calles –este último, enfrentado a la otrora todopoderosa Iglesia católica- y también contra la élite nacional e internacional (nacionalización del petróleo), y plantear una “tercera vía” que tenía como eje central dos principios básicos: la reforma social y la reforma política, la llamada “paz civil”. El miedo al retorno de la violencia política, hizo que se optara por la segunda, descuidando con el tiempo la primera. Quizás la mejor forma de definir al gobierno de Cárdenas sea lo que Semo llama “corporativismo social”: “es un sistema de representación de intereses sectoriales que obliga al Estado a intervenir permanentemente o cíclicamente como un mecanismo que regula la distribución de la riqueza y de las opciones de reproducción del capital humano” y que la característica fundamental que lo diferencia del “corporativismo de élites” es “la institucionalización de una autonomía relativa entre la representación de intereses ‘sectoriales’ y la de intereses que se expresan de forma ciudadana” (p. 252)[3].
Veamos el caso brasileño. En un análisis somero, podríamos definir el gobierno de Vargas –también un militar- como una refundación del Estado brasileño luego de décadas de dominio de la llamada “República Vieja”. Si vamos a la etapa democrática del “Estado Novo”, notamos como la estrategia electoral de restringir votantes analfabetos y ampliar la base electoral urbana, tiene que ver con lograr el voto de los trabajadores industrializados y relegar el voto rural más proclive al manejo de los terratenientes. “Vargas buscó impedir el regreso al poder político de las clases terratenientes conservadoras con sus millones de votantes dependientes” arguye French. De esta manera, “reforzó los partidos de centro-izquierda en las zonas urbanas donde las tasas de alfabetización eran más altas (…) Vargas había abierto el camino para la participación de millones de brasileños de clases populares urbanas, en los asuntos de política y de gobierno” concluye el mencionado autor (p. 61)[4]. La base del varguismo venía de las zonas urbanas industrializadas de Sao Paulo, que con la mejora de los salarios, la legalización de los sindicatos y el apoyo de la burguesía que quería una industrialización “ordenada”, vieron en el nuevo líder una forma de mejora de su bienestar. Su alianza con el PCB y su constante tensión-negociación con los pelegos –sindicalistas “vendidos”-, sumado al apoyo de las masas, dieron un poder relativo en la correlación de fuerzas con las élites. Coincidiendo con French, podríamos decir que el argumento de una demagogia que aliado a una fuerte propaganda, pudo “confundir” al movimiento obrero en su apoyo a Vargas no tiene demasiados visos de realidad; más bien, si se analiza el final del proceso, se nota que el fracaso se da por un alejamiento de las bases – más cercanas a los comunistas- y una desmejora de los beneficios sociales durante el gobierno de Dutra. Con ese argumento, la interpretación de cierto infantilismo de la clase obrera se diluye (French, 1998).
Visto las dos experiencias desarrolladas, ambas denotan tener características similares tanto del cesarismo, como del bonapartismo. En el caso mexicano, encontramos la cuestión corporativa del primero y la autonomía del Estado del segundo. Y en el brasileño podemos ver, sobre todo en la etapa autoritaria de Vargas, rasgos fuertes de la democracia plebiscitaria cesarista y la relación líder-masas; aunque existe alguna similitud muy marcada con el bonapartismo.
La respuesta a la dificultad de encasillar ideológicamente al populismo en una de estas dos vertientes, es que se resiste a los análisis eurocéntricos porque son movimientos estrictamente latinoamericanos (si obviamos el populismo ruso o estadounidense); de una determinada etapa histórica de nuestro continente. Se pueden encontrar parecidos pero no se puede dar una definición determinista, tal vez por su vaguedad ideológica.

El peronismo es el caso de populismo argentino. Su base de sustentación política se encontraba en los militares y la Iglesia, en un principio, pero su apoyo fundamental partió de los obreros organizados en sindicatos. Impulsados por las migraciones internas campo-ciudad, que habían comenzado en los 30’ del siglo pasado (los “cabecitas negras”). En el momento, que una parte del ejército y la Iglesia –sumado a la pérdida de apoyo en la burguesía naciente-, se vuelca en contra de Perón, el régimen cae en 1955. Coincidiendo con Murmis y Portantiero, el populismo se da en una situación de “empate hegemónico” que se dirime por una cuasi alianza entre la burguesía incipiente y los obreros – o campesinos, en el caso mexicano- contra la oligarquía dominante en décadas anteriores. Ante esta situación, es que el Estado es dirigido por líderes capaces de administrar por un determinado tiempo estas tensiones que, no solo le dan una base social sólida, sino que le dejan un grado considerable de autonomía por sobre los sectores sociales en pugna. Quizás esa indefinición es lo que provoca el fracaso de todos los populismos trabajados. Eso explica que los populismos no puedan hegemonizar por mucho tiempo la vida política[5].
Viejos/nuevos populismos. Desde comienzos de siglo, diferentes gobiernos latinoamericanos comenzaron una transición para terminar con los Estados neoliberales heredados de la década de los 90’.
El kirchnerismo en Argentina, el lulismo en Brasil, el Frente Amplio en Uruguay, el evismo en Bolivia y el correismo en Ecuador, secundaron a la llegada anterior del chavismo en Venezuela.
Este último tiene todas las características de un “populismo clásico”, en términos de French. El líder carismático –Hugo Chávez- cautiva a parte de una sociedad que se siente decepcionada de los partidos tradicionales con rituales simbólicos típicos de este tipo de movimientos políticos (actos de masas, discursos hilarantes), que han llevado al país a una crisis terminal, con un alto grado de corrupción (sobre todo luego del caracazo de 1989). No es casual que Chávez denunciara a “puntifijismo” como una camarilla de corruptos; los enemigos del pueblo. La noción amigo/enemigo teorizada por Karl Schmitt a principios del siglo XX, y retomada por la teoría del discurso de los 70’, es aplicada a rajatabla. La oligarquía, la burguesía, los Estados Unidos, son el enemigo que es necesario combatir. Puede que el discurso tenga muchos visos de realidad pero ese no es el punto, sino la construcción política y cultural que se logra con la polarización.
El chavismo fue esencialmente conservador en lo sociocultural. En paralelo con la revolución cubana, redistribuyó a su manera la riqueza pero no aplicó medidas progresivas en la sociedad. Algo similar hizo el correismo que nunca debatió el aborto porque Correa era un católico declarado o Evo Morales con el matrimonio igualitario. Bolivia sin dudas es el caso más exitoso de los populismos del siglo XXI. El kirchnerismo, en cambio, fue progresista en los social –si obviamos el tema del aborto- pero menos profundo en lo económico. La distribución se hizo sin tocar demasiado las estructuras económicas tradicionales sino capturar la renta, en lo posible, en base a medidas impositivas. En eso la experiencia venezolana es similar: se utilizó el maná petrolero pero para mantener baratos los combustibles e impulsar planes sociales, pero no se intentó ninguna política industrializadora que cambie una matriz productiva inviable para un crecimiento a largo plazo. Si en Argentina se logró un crecimiento industrial considerable se debió a la tradición industrializante que no se ha perdido del todo.
En lo que se parecen cada uno de dichas construcciones políticas es el discurso. El kirchnerismo –especialmente con Cristina Kirchner- escuchaba muy atentamente los postulados teóricos del sociólogo argentino Ernesto Laclau[6], que argumentaba la necesidad de utilizar la lógica de polarización social para ampliar los derechos ciudadanos, en el cual el discurso era central. Según él, llega el momento en que la política tradicional no resuelve los problemas de la sociedad, por lo que se genera una “cadena de equivalencias” (demandas) que solo pueden llenarse por una respuesta por fuera de las instituciones existentes, sin romper con estas (de ahí la tensión entre instituciones liberales y republicanas y los gobiernos populistas). Esa respuesta debe venir de un discurso que incluya a todos los sectores demandantes que, por lo general, es absorbido por un líder con un carisma seductor capaz de englobar el descontento; Laclau lo llamaba un “significante vacío”: no existe un programa concreto, sino una respuesta a medida de lo exigido. Siguiendo la línea propuesta, vemos que el kirchnerismo (a diferencia de otros movimientos venía de un movimiento ya constituido, el peronismo) fijó su enemigo en los medios de comunicación masivos, en los terratenientes del campo y en el poder económico. El chavismo en lo que ya describí. El evismo en todos aquellos que marginaron a los aymaras del poder, y así sucesivamente. En todos los casos basados en un pasado concreto: la crisis del 2001 en Argentina, el caracazo en Venezuela o la “guerra del gas” en Bolivia fueron las cadenas de equivalencias necesarias para construir los significantes vacíos del discurso polarizante con el que tomaron el poder los gobiernos antes descritos. La demagogia es necesaria para tomar y conservar el poder.
Como lógica de construcción política tiene sentido la polarización, pero no por mucho tiempo. Llegado el momento surgen tres problemas irresolubles: el primero, es que al querer representar a las demandas de un frente policlasista, incluya dentro del movimiento a sectores irreconciliables a largo plazo. El caso paradigmático es Perón en su tercer gobierno (1973-1974), donde creyó poder hacer equilibrio entre la izquierda peronista (montoneros, una parte del sindicalismo) y la derecha (la triple A y la vieja guardia del justicialismo), y terminó siendo engullido en una pelea que se tornó irresoluble incluso luego de su muerte. A los movimientos del siglo XXI les pasó algo parecido: con Maduro, las diatribas entre el ejército y la burocracia construida por Chávez, es un ejemplo; el enfrentamiento entre el peronismo tradicional y “la Cámpora” (organización estrictamente Kirchnerista) o entre los pequeños empresarios y los asalariados, es otra. En Argentina quedó claro cuando las tensiones se volvieron visibles a la hora de elegir el vicepresidente en el 2015. El segundo problema es el personalismo. Al enfocarse tanto en la figura del presidente, en el líder, el partido (el Príncipe Moderno de Gramsci) no logra formar candidatos que puedan sucederlos (el ejemplo de Evo Morales peleando una nueva reelección es claro) o debe poner un candidato poco carismático (Chávez con Maduro) o uno que no es del riñón (Cristina con Scioli, Correa con Lenín Moreno). La centralidad es funcional, a la larga, a los opositores. El tercer problema es que la polarización con el enemigo, en algún momento vuelca la correlación de fuerzas a favor del segundo. El desgaste de la centralidad y el agotamiento político, hacen surgir mayorías sociales (o minorías intensas) de los perjudicados por el discurso populista, que logran tomar el poder por los votos (en el caso de la vía democrática) o por otra vía menos institucionalizada (golpe de Estado).
Hoy vemos como estos populismo latinoamericanos están entrando en decadencia, frente a nuevos jugadores capaces de utilizar sus mismo discursos de polarización con tal de seguir en el poder, demostrándonos que la demagogia no es exclusividad del populismo sino de la política en general (en más de un caso para regresar al neoliberalismo fracasado).
No incluimos al Frente Amplio de Uruguay ni al PT (Partido de los Trabajadores) de Lula en Brasil como populistas, porque, en el primer caso, se parece más a una socialdemocracia europea donde la construcción de un enemigo no está en el centro de la escena y la alternancia es permanente, por lo que el personalismo no existe; en el caso brasileño, Lula es carismático pero pactó con las élites y por mucho tiempo fue apoyado por el Establishment. El PT es un partido de origen marxista, que viró a la socialdemocracia, tal vez ahí se encuentre un principio explicativo. Habrá que esperar por López Obrador y Bolsonaro.

Populismos restrictivos. El surgimiento de la extrema derecha en el mundo (en Europa y EE.UU., sobre todo), no ya como sujeto político marginal, sino como actor político capaz de gobernar, ha hecho surgir un debate sociológico sobre como denominar estos nuevos movimientos. Tres son las posturas más definidas: 1- los que sostienen que son partidos o movimientos neofascistas o neonazis (la mayoría de la prensa liberal); 2- los que hablan de que las viejas categorías no son factibles y que se debería hablarse de un posfascismo, donde deben buscarse nuevos análisis para entenderlos, entre los que está el intelectual marxista Enzo Traverso[7]; 3- los que hablan de un populismo de derecha o conservador, que es el punto con el que quiero concluir este artículo.
En un artículo reciente de Matías Morgan[8] para Foreign Affairs Latinoamérica, sostenía que “a diferencia de los populistas sudamericanos que promovieron un discurso incluyente que buscó ampliar los derechos y dotar de ciudadanía política a los sectores sociales excluidos de la democracia liberal, los populistas europeos impulsaron un discurso excluyente que recorta derechos y que construye al pueblo (es decir lo “bueno” y lo “puro”) de acuerdo a patrones étnicos”. Un populismo étnico racial que construye a sus enemigos en base a chivos expiatorios, en especial los inmigrantes pero también las élites globales liberales y los partidos tradicionales, aprovechando la crisis económica y las mayorías silenciosas perjudicadas por la internacionalización de la economía, que afectó principalmente a los pueblos y ciudades industriales de interior de los países occidentales (la Francia rural, el norte minero de Inglaterra o los cinturones industriales de EE.UU.)
Apuestan a “una utilización política de la teoría del choque de civilizaciones, los populistas se presentan como los “defensores” de la cultura local la cual estaría amenazada como consecuencia de los efectos negativos de la globalización. De esta forma se construye discursivamente al “otro”, al que se le atribuyen la culpa de los males que atraviesan las sociedades occidentales. Para los populistas, el Estado, único actor soberano con capacidad para garantizar el bienestar del colectivo autóctono, debe utilizar todas las herramientas que tiene a su alcance para combatir a estos seres ajenos a la identidad nacional” argumenta Morgan. Un discurso identitario donde la alteridad hacia el extranjero, el distinto, es utilizada como mecanismos para la construcción política que toma el poder apostando al miedo. Trump es el ejemplo más relevante, pero también Salvini en Italia, Orban en Hungría, los nacionalistas polacos, Vox en España, Le Pen en Francia, son parte de una nueva categoría de populismo que viene a cambiar y hacer más compleja la indefinición epistemológica del término.
Ante el populismo de derecha, Chantal Mouffe apuesta en su último libro “por un populismo de izquierda”, tal como se llama su último libro. Apostar a la polarización con un discurso inclusivo en lo socioeconómico y también en lo cultural[9]. En mi opinión, la polarización –rasgo característico de un sistema hegemónico en crisis- no puede ser la respuesta a los desafíos que vienen. Por otra parte y para concluir, es un nuevo aporte a la indefinición epistemológica decir que existen populismos de izquierda o de derecha, ya que en Latinoamérica han sido movimiento polisémicos, donde sectores conservadores y progresistas, de izquierda y de derechas, actuaban dentro del mismo espacio político. ¿Podemos hablar de un populismo en Latinoamérica y uno diferente en el “Primer Mundo”? Una pregunta que análisis futuros deberán responder.
Lo importante es no hablar sin conocer, acusando sin argumentos o siguiendo lineamientos discursivos erráticos, ojalá este artículo a quién lo lea le pueda aclarar que cada concepto es más complejo de lo que a priori esperamos que sea.
[1] Mackinnon y Petrone: Populismo y neopulismo en América Latina. El problema de la Cenicienta (Comp.). Ed. Eudeba, 2005.
[2] Vilas, Carlos: Estudio preliminar. El populismo o la democratización fundamental de América Latina, en Vilas, Carlos (comp.) La democratización fundamental. El populismo en América Latina. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1995.
[3] Semo, Ilán: el cardenismo revisado: la tercera vía y otras utopías inciertas, en Mackinnon, María y Petrone, Mario (comp.) Populismo y neopopulismo en América Latina. El problema de la Cenicienta. Eudeba, Buenos Aires, 1998.
[4] French, John: Los trabajadores industriales y el nacimiento de la República Populista en Brasil, 1945-46, en Mackinnon, María y Petrone, Mario (comp.) Populismo y neopopulismo en América Latina. El problema de la Cenicienta. Eudeba, Buenos Aires, 1998.
[5]Murmis/ Portantiero: Estudios sobre los orígenes del peronismo. Ed. Siglo XXI, 2011.
[6] Laclau, Ernesto: La razón populista. Fondo de Cultura Económica (FCE), 2005.
[7] ¿Memoria de las víctimas o memorias de las luchas? Entrevista a Enzo Traverso. Revista Nueva Sociedad (Nuso), enero de 2019.
[8] Morgan, Matías: El populismo de derecha y el fin del “sueño europeo”. Foreign Affairs Latinoamérica, 12/11/2018.
[9] La única manera es desarrollar un populismo de izquierda. Entrevista a Chantal Mouffe, Pág. 12, 25/11/2018.
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