Luchas de poder en el Cuerno de África
- Dario Perero Prof.
- 2 feb 2019
- 6 Min. de lectura

La región históricamente fue importante y vital para cualquier país que busca la construcción de una hegemonía global. Integrada por Etiopía, Somalía, Eritrea, Yibuti y Kenia, también se le suman otros países cercanos a esa región: Egipto, Yemen, Sudan, Libia. Con los años, los conflictos volcaron su foco más en la lucha contra la piratería y el terrorismo, perdiendo su importancia estratégica. Pero desde 2011, con la partición de Sudan y la consiguiente creación de un Estado en el norte y otro en el sur, la geopolítica volvió al centro de la escena. La aparición de nuevos jugadores en el plano económico-militar aumenta los riesgos de conflicto.
Historia reciente. En la década de los 70’ y 80’ del siglo pasado, el Cuerno de África no quedó exento de la guerra fría que enfrentaba a las dos potencias más preponderantes del mundo: la URRS y EE.UU.
De a momentos la potencia comunista apoyaba a ciertos movimientos independentistas que comulgaban con ideas de izquierda, mientras la segunda también lo hacía con la ideología contraria. En realidad, el eje de los movimientos geoestratégicos respondía más a los intereses hegemónicos más que a los ideales de liberación nacional.
Esta lucha llevó a grandes hambrunas y a la llegada de una ingente cantidad de armas que todavía siguen haciendo estragos en la región. Con la caída de la Unión Soviética, los norteamericanos se impusieron como la única potencia capaz de proyectarse, aunque siempre contaron con el apoyo de las viejas potencias mundiales (Francia, R.U.), que nostálgicas de su pasado, se aferran a los resquicios coloniales que aún sostienen. Las excusas que se encontraron en los 90’ y los 2000’ fueron la lucha contra la piratería y el extremismo islámico. Este último fenómeno, tiene que ver con el vacío que dejaron las guerras civiles y el aprovechamiento de los pertrechos bélicos existentes de conflictos anteriores para posicionarse hasta la actualidad como actores relevantes, no exentos de utilizaciones foráneas.
Intereses económicos y geoestratégicos. ¿Por qué una región que casi no aparece en las portadas de los diarios del mundo es tan codiciada por las potencias mundiales? La respuesta la podemos encontrar en dos aspectos centrales: la riqueza en recursos naturales de importancia primordial tanto para la economía tradicional (petróleo, gas) como para la llamada “nueva economía” que encabeza la llamada “cuarta Revolución Industrial” (minerales estratégicos) y la importancia geográfica que toma la región gracias a su ubicación geoestratégica para controlar las rutas marítimas por donde pasa gran parte del comercio mundial; desde tiempos de la creación del Canal de Suez (1869) que las cancillerías occidentales pusieron los ojos en el este del continente africano. Ahora se le suman las potencias asiáticas ávidas de abastecer su crecimiento económico e industrial, sobre todo China y en menor medida Japón; la India todavía no parece entrar en este juego de poder imperial aunque ha hecho avances que desarrollaremos en un artículo especial dedicado, en concreto, al país del Indo.
Como acabo de escribir, y por injusto que nos parezca, la región se encuentra envuelta en un momento de reacomodamientos geopolíticos que desestabilizan a los débiles Estados existentes. Muchos de ellos considerados como “fallidos” (Somalía, Sudan del Sur). A esto se le suma una crisis medioambiental de alcances inimaginables en un futuro cercano.
Por estas razones, en los últimos años se ha visto aumentar la presencia militar de las potencias extranjeras, con una excusa recurrente: la lucha contra el terrorismo.
Después de un párate en las acciones militares desde la “Doctrina Bush”, Estados Unidos volvió a la región con un aumento de los ataques aéreos mayormente contra la milicia islamista Al Shabab (Somalía), miembro de al Qaeda en un comienzo y del EI en la actualidad. La intervención en libia y el conflicto sudanés van concatenados a esta escalada bélica. El apoyo diplomático y militar, sobre todo desde la llegada de Trump al poder, a la sanguinaria guerra llevada adelante por el Reino Saudí contra los rebeldes hutíes (Chiitas) en Yemen es una muestra más de este regreso. Desde la llegada del magnate a la Casa Blanca, Somalía se ha convertido en el país más bombardeado por EE.UU.
A pesar de estas intervenciones estadounidense, la potencia que más ha avanzado en el teatro de operaciones es China.

La necesidad de abastecerse de minerales estratégicos y de hidrocarburos ha hecho que el dragón asiático aumente su poder, en mayor medida económico y últimamente militar. Desde un tiempo a esta parte, se convirtió en el mayor socio comercial de la región y el mayor inversor en la mayoría de los países, mayoritariamente en infraestructura, lo que atrajo el interés de algunas naciones que quieren desarrollar su sistema de logística y transporte, sobre todo Kenia y Etiopía. La ampliación del plan de “la Nueva Ruta de la Seda” a esta zona del planeta responde a esos movimientos geopolíticos. No es casual que la primera base militar china en el extranjero se construya en Yibuti, país clave por su posición estratégica para el flujo de mercancías entre Europa y Asia. Este pequeño país ya alberga bases militares de EE.UU, Francia, Japón y existen tratativas para una rusa.
Los países aceptan desarrollarse de la mano del dragón asiático, aún a costa de una deuda abultada que dificulta su soberanía. Con el comienzo de la guerra comercial, China ve con buenos ojos comenzar su propio proceso de deslocalización de la producción tan común, singularidad de la globalización económica; África se ha convertido en El Dorado para trasladar empresas que, de esa manera, no entrarían en el radio de los aranceles norteamericanos. La complicación más grande es la baja calificación del trabajador medio africano, por ello, desde el último encuentro China-África se están trasladando a estudiantes del continente negro a las fábricas del país asiático, con la idea de prepararlos para trabajar.
Aunque el avance más significativo se dio por parte de las dos mayores economías del mundo, las demás también han hecho sus movimientos.
Francia, además de tener una base en las Yibuti, conserva otra en la isla Reunión. Aunque al igual que Gran Bretaña no tienen demasiada influencia regional, ya que están muy sumidos a las directrices del socio mayor: Estados Unidos. Con las rispideces diplomáticas que se están dando con la nueva administración de este país, los europeos pueden retomar cierta iniciativa. No hay que olvidar que la guerra en Libia –frontera de la región en análisis- fue una idea de la Francia de Sarkozy, que tenía intereses petroleros en la nación de su antiguo aliado, Gadafi.
La deriva militarista de Japón con el gobierno de Shinzo Abe, provoca una reaparición del Imperio del Sol Naciente en la región. Su economía de innovación no quiere quedar afuera de la explosión demográfica y económica de la región.
Sin dudas, la noticia más relevante en la zona se dio en los últimos días: Sudan negocia la instalación de una base rusa en su país. ¿Vuelve Rusia a llenar el vacío que dejo después de 1991? La relación amistosa con Al Sisi en Egipto parece apoyar la intención del gobierno de Putin de volver a jugar un rol más importante en la zona. La visita de Putin a Sudan del Norte, y el viaje del presidente sudanés a Siria, en reconocimiento del gobierno de al Assad, aliado de Moscú, parece ser una gran gesto político.
Tambores de guerra. Lo más preocupante comienza a ser la dinámica regional que se está generando. Las hambrunas, las crisis alimentarias y la escasez de agua están llevando a los países de la región a un punto de inflexión peligroso.
En este caso, encontramos el conflicto entre Egipto y Etiopía. El país de los faraones necesita de las corrientes del Nilo Azul para abastecer más de la mitad de sus necesidades de agua potable. Por su parte, los etíopes necesitan esas corrientes para generar la electricidad para desarrollar un país que crece a tasas chinas. Una discusión que lleva más de una década y no parece tener una salida negociada. Al lado de ellos, los países se alinean en base a sus intereses provocando una crisis política regional.
El avance del extremismo islámico, conlleva la aparición del sectarismo religioso que traslada la lucha entre los Saud e Israel contra Irán.
Las alarmas se encendieron en Israel cuando Irán, supuestamente, intentó instalar lanzaderas de misiles en Sudan, lo que provocó que el Estado Hebreo bombardeara el país africano como represalia. La excusa fue el traslado de armas hacia las milicias palestinas en la Franja de Gaza. Sumado a un detalle no menor: el bombardeo fue dirigido desde territorio saudí.
Por su parte, la deriva guerrerista de la monarquía de los Saud ha llevado a este país a instalar una base militar en Eritrea, además de incluir a este empobrecido país en la alianza militar que incluye a los países del golfo, que tiene como fin controlar el Canal de Suez y atacar Yemen, foco de conflicto con el país persa del que antes hablamos.
Como vemos, que la región no aparezca en la tapa de los diarios no quiere decir que no se juegue fuerte en términos geopolíticos. El agravamiento de las condiciones ambientales, a las que se suma un aumento del integrismo religioso y el regreso de los intereses extranjeros, auguran un futuro poco halagador para el oriente africano.
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