Irán: cuarenta años de revolución
- Dario Perero Prof.
- 23 feb 2019
- 9 Min. de lectura

La revolución iraní cumple cuarenta años este 2019. El aniversario se da en un momento de fortalecimiento de su poder regional y con crecientes desafíos internos. Las nuevas tensiones con EE.UU., Israel y Arabia Saudita parecen presagiar un futuro tumultuoso.
Retrospectiva. Con una cultura milenaria, heredera del antiguo imperio de los persas, cuna de una etnia asociada a las primeras corrientes de humanos que poblaron el oriente próximo, Asia Central y el continente indostánico, del zoroastrismo (vieja religión irania) y centro del resurgir político del chiismo islámico, Irán tiene de que atenerse para invocar su orgullo nacional. Después de todo, las nacionalidades son construcciones subjetivas cargadas de sincretismos simbióticos que homogeneizan un sentir social; una idiosincrasia.
Pero como otros imperios orientales, perdieron gravitación cuando tuvieron contacto con las potencias occidentales europeas. Así para comienzos del siglo XIX, la vieja estructura imperial sobrevivía gracias al equilibrio geopolítico entre Rusia, los otomanos y Gran Bretaña, renuentes a aceptar un enfrentamiento abierto para resolver sus diferencias. El siglo XX, no cambió la dinámica. Tanto la recientemente creada Unión Soviética como los británicos, se disputaban el dominio de los campos de petróleo del norte y la situación estratégica territorial del país, conexión entre el Oriente Medio y la India, como a toda Asia. Uno de los focos de tensión más calientes del periodo que va del Tratado de Versalles (1919) hasta las conversaciones entre los tres grandes (1945) –Churchill, Roosevelt y Stalin- fue a que esfera de influencia quedarían supeditados los territorios iranios. No es casual, que una de las reuniones se celebrara en la capital actual: Teherán.
Los británicos salieron ganando cuando el Sha de la dinastía Pahlaví –un títere en el poder- expulsó a los soviéticos del norte del país que mantenían ocupado, gracias a la mediación norteamericana. Aunque su posición quedó dañada rápidamente.
En 1951, el electo democráticamente Primer Ministro Iraní, Mohammad Mosaddegh, obligaba al Sha y de inmediato nacionalizaba el petróleo que se encontraba en manos de la Anglo Persian Oíl Company (propiedad de British Petroleum); los británicos, pidieron ayuda a los EE.UU. por lo que en 1953, la CIA y el MI6 volteaban al gobierno nacionalista, para instalar nuevamente a la casa Pahlaví en el poder. Desde ese momento, Estados Unidos desplazaría la Reino Unido como protector del Sha y utilizaría a Irán como gendarme regional, proveyéndolo de armas e incluso apoyando un programa nuclear con fines armamentísticos[1]. En una posible guerra, los estrategas norteamericanos pensaban atacar a la URSS desde la retaguardia utilizando el país persa. Los lazos con Israel se ampliaron y los partidos comunistas e islamistas fueron reprimidos salvajemente. Las reformas de corte occidental –rechazadas por los Ayatola (líderes religiosos chiitas) y por la población musulmana- y el alineamiento absoluto a Occidente, fueron construyendo un descontento que estalló en un levantamiento en 1979. En pocos días, el Sha Mohammad Reza Pahlaví era derrocado; se instalaba un gobierno teocrático, comandado por el Ayatola, principal líder religioso y propulsor de las protestas, Ruhollah Musaví Jomeini. Una nueva etapa histórica daba comienzo.
Confrontación. No hay que subestimar la resistencia de un pueblo. Los iraníes tienen su propia construcción histórica, de glorificación de su pasado, y la humillación sufrida durante los últimos siglos se pueden comparar a los de China o la India. Allí, además de los factores religiosos y sociales, hay que buscar la genealogía del nuevo Estado naciente y su construcción hasta la actualidad. Fue tal la originalidad que en un viaje posterior, Michel Foucault diría que era la primera revolución posmoderna[2], porque era hecha por motivos metafísicos y no materiales.
Se instaló una democracia teocrática, con un consejo supremo religioso que estaba por encima del juego electoral, con un mapa político donde la mujer quedaría relegada de la discusión política y social.
No es casual que la primera tensión que se dio con EE.UU. fue porque un grupo de estudiantes universitarios tomaron la embajada del país norteamericano provocando una crisis que, luego de un intento fallido de la CIA por rescatar a los rehenes dentro de la misma, dejó muy desprestigiada a la Administración del Presidente Cárter. En la década de los 80’, EE.UU. apoyaría a la dictadura baasita de Sadam Husein en la guerra entre Irán-Irak que dejó más de un millón de muertos entre 1980-1988. El país resistiría el potencial militar superior de su vecino, que hasta utilizó armas químicas prohibidas por las convenciones internacionales. Todo esto en un contexto de tensión con la Administración Reagan, teatralizada para pactar el triángulo de venta de armas conocido como el caso Irán-contra.
Teherán mantuvo una política internacional independiente de los bloques de la guerra fría, denunciando las ideologías occidentalistas –el liberalismo, por un lado, y la URSS marxista por otro-, confrontando con Israel desde un comienzo y con Arabia Saudita. El reino de la casa de Saud, entendió el peligro que significaba la revolución de corte chiíta cerca de sus fronteras, cuando la rama religiosa es minoría dentro de la mayoría sunnita.
Luego cuando Bush padre invadió Kuwait, los estrategas persas no dudaron en mantener una neutralidad favorable a los Estados Unidos, como venganza contra Sadam.
En los noventa, la muerte del Ayatolá Jomeini, reemplazado por Alí Jamenei, y la elección de Jatami –parte del ala moderada y reformista- como presidente traería un proceso de distención con Occidente, que tendría su fin con la llegada de Bush hijo al poder. Los neocon’s, lo incluirían como parte del eje del mal creado por la Administración republicana junto a Irak y Corea del Norte. El ataque a Irak en 2003, fue visto como una alarma para el establishment de los ayatolás, que ya sentía como un cerco la anterior invasión a Afganistán. Fue en este contexto que el ala más conservadora ganó las elecciones, imponiendo a Ahmadinejad como presidente en 2006. La Guardia Revolucionaria –cuerpo de élite de defensa del poder político- comenzó a tener una influencia marcada en todos los resortes del Estado.
El programa nuclear y de misiles iría a la par con el aislamiento internacional, con sanciones durísimas impuestas por EE.UU. y Europa; el rearme sería entendido como una forma de defensa ante una casi segura agresión israelo-estadounidense. Desde la llegada de Obama, se hablaba de un ataque inminente para cambiar de régimen político. La oposición de altos cargos militares a un alto costo de vidas de soldados norteamericanos y el peligro de una guerra regional impredecible y costosa, harían cambiar de opinión al gobierno demócrata; así, luego de la derrota de los conservadores en Irán, con la victoria de un moderado clérigo chií: Hasan Rohaní, los contactos entre ambos gobierno empezarían en 2013. La presión del lobby judío y de los saudíes no cambiaría la opinión de la dupla Obama-Kerry, que lograrían un acuerdo histórico en 2015 entre Irán y el P5+1 (las cinco potencias permanente del consejo de seguridad de la ONU más Alemania), que pondría fin a las sanciones contra Irán a cambio de la garantía de no enriquecer más uranio hasta un límite próximo a la creación de un arma atómica[3].
El tratado sería aplaudido por toda la comunidad internacional y por las empresas de los firmantes, deseosos de entrar a un mercado de 80 millones de habitantes, y en Irán por muchos ciudadanos cansados de la inflación y el desempleo provocado por años de restricciones externas. Pero las críticas se sintieron de ambos lados: a Obama lo criticaban los republicanos del Congreso, Israel y los saudíes, por dejar fuera del pacto a la producción de misiles y por dar rienda suelta a la economía de una nación enemiga de los intereses propios en el Gran Medio Oriente. A Rohaní, lo atacaron los conservadores reacios a confiar en los occidentales, acusándolo de debilitar el poder nacional al renunciar a la energía nuclear.
Las críticas parecían pequeñas, hasta que en 2016 Donald Trump llegó al poder. Denunció el tratado como uno de los “peores de la historia”, apoyando a la derecha israelí (el partido gobernante Likud), en un guiño al Primer Ministro Netanyahu. En 2018, Estados Unidos se salió del mismo, objetando a Irán de no cumplirlo, reintroduciendo las sanciones. Así, EE.UU. se aísla del mundo, actuando unilateralmente. El peligro de una guerra vuelve al presente.

Actor geopolítico. Tanto Israel como Arabia Saudita tienen de que preocuparse. Desde 2012, Irán ha recuperado su protagonismo regional: mantiene tropas y controla territorios en Siria, milicias aliadas están presentes en Irak y el Líbano, también participa de manera activa en los conflictos de Yemen y Palestina. El levantamiento de los chíies en Bahrein en 2011, sofocado por la fuerza saudí, fue visto como una injerencia de Teherán en el golfo.
Siria, sobre todo, representa un límite estratégico para Irán: de caer, aislaría a su aliado en el Líbano -el Hezbolla- y dejaría al país como último reducto de resistencia contra Israel y las potencias sunníes. Por algo a la Media Luna chií (Sur del Líbano, Siria, Irak e Irán) la llaman el "eje de resistencia".
Sus logros militares y tecnológicos son admirables. Su ejército es el más grande de todo el Medio Oriente, superando al del Estado Judío y de su rival sunnita; produce misiles de mediano alcance de producción totalmente nacional; está entre los once países del mundo que producen satélites propios; es la sexta potencia en nanotecnología y por lejos la mayor potencia tecnológica junto a Turquía; produce buques, aviones, drones, armamento de todo tipo sin materiales extranjeros. Toda una proeza para una nación paria del sistema internacional[4]. Quizás esa sea su fortaleza: no depender de los designios extranjeros. Además cuenta con la cuarta mayor reserva del mundo y la segunda más grande de gas, con una población muy joven y densamente poblado, su clase media es capaz de consumir y producir en cantidad. Está dentro de las 20 economías más grandes del mundo, lo que hace a su participación en el G20. Un potencial enorme, que de manejarse correctamente lo catapultará aún más como actor geopolítico.
Los desafíos son grandes. En el frente interno, las capas más jóvenes de la sociedad quieren más libertades, están cansados de la opresión a las mujeres y de la prohibición de la cultura moderna, o de la alta inflación así como de las dificultades para conseguir un empleo estable. Al terminar las sanciones, el Estado se quedó sin las excusas de los enemigos externos, las protestas estallaron en 2017, con críticas al alto costo de las luchas en el escenario regional; Trump al querer ahorcar financiera y económicamente al país, vuelve a revitalizar a la teocracia que invoca nuevamente a los peligros foráneos. No es casual que el Ayatola Jamenei les hablara a los jóvenes en su discurso de conmemoración de los cuarenta años de la Revolución, advirtiéndoles del peligro de la cultura occidental y de la traición de sus rivales en el extranjero[5]. El presidente Rohaní enfrenta críticas de los conservadores que lo acusan por haber confiado en los estadounidenses.
En el frente externo, las sanciones han calado fuerte en la economía nacional y ha hecho que los negocios con las potencias extranjeras (especialmente Rusia, Europa, China e India) sean de vital importancia; el peligro de una guerra está latente. En la reciente reunión en Varsovia, los funcionarios de la Administración Trump –Pence y Pompeo-, junto a Netanyahu y algunas monarquías árabes, hablaron de crear una “OTAN del Medio Oriente” contra Irán[6]. Estados Unidos busca tercerizar la guerra para no sufrir en carne propia el desastre de una invasión de tal magnitud. Es que un ataque directo sería catastrófico y arrastraría a toda la región a la guerra. El Hezbolla recibe misiles por un corredor entre Siria e Irak desde el país persa que serían lanzados a Israel desde la frontera sur del Líbano. En Irak, Bahrein, Yemen y en el norte de Arabia Saudí podrían levantarse los chiitas en armas para defender al Estado que ven como guía del Islam universal. El poder militar iraní no sería fácil de derrotar, su geografía lo ayuda: los montes Zagros son un excelente refugio para una guerra de guerrillas, el Estrecho de Ormuz –donde pasa el 40% del petróleo del mundo- podría ser cerrado con minas antisubmarinas y fuerzas navales hasta por meses, haciendo que el precio del crudo vuele por los aires. Por último, la probable entrada de Irán a la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en la conferencia de 2019, podría darles un paraguas protector proveniente de Rusia o de China[7].
Un último dato desconocido por casi todo el mundo: Irán tiene la diáspora de judíos más grande del Medio Oriente, que viven en paz y sin restricciones; la acusación de antisemitismo que hacen en Israel y la derecha estadounidense se cae ante la realidad. La excusa de la democracia es ridícula: en comparación con Arabia Saudita, Irán es profundamente democrático. La hipocresía a la carta.
Las consecuencias parecen impredecibles. Quién escribe este artículo no cree que haya una guerra, y no lo creía en épocas anteriores, justamente por lo marcado anteriormente. No obstante, la primera revolución islámica de la historia entra en su cuarenta aniversario, más fuerte y con muchos problemas por resolver.
[1] Mark Gasiorowski: El golpe de Estado contra Mosaddegh. Le monde diplomatique, Octubre/2000.
[2] Bléjar María Dolores: Historia del siglo XX. Ed. Siglo XXI, 2005.
[3] Redacción: Los puntos clave del histórico acuerdo nuclear entre Irán y las seis grandes potencias. BBC, 14/07/2015.
[4] Avances científicos de Irán en 4 décadas de Revolución Islámica. Hispantv, 19/01/2019.
[5] Comunicado del Líder por 40. º aniversario de Revolución Islámica. Hispantv, 13/02/2019.
[6] Meyssan Thierry: Irán arrinconado. Red Voltaire, 5/02/2019.
[7] Garduño García Moisés: Irán a 40 años de la revolución. Revista FAL, 15/02/2019.
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