El Ártico: clima gélido, geopolítica caliente
- Dario Perero Prof.
- 14 ene 2019
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 31 ene 2019

Ubicado en el Polo Norte, el Círculo Polar Ártico aglutina un amplio espacio que contiene reclamos territoriales de todos los países que lo conforman: EE.UU., Canadá, Rusia, los países Bálticos e Islandia. Además de actores extra territoriales que se suman para no quedar fuera de la discusión (China, Japón, Francia, R.U, Alemania, India y otros). Todos ellos agrupados en el llamado Consejo del Ártico (CA) como miembros plenos -los primeros- o como observadores –los últimos-. Dicha organización fue creada en 1996, en Ottawa, Canadá. Aunque climáticamente es una de las regiones más frías del mundo, geopolíticamente parece cada vez más caliente.
Escenario. Ahora ¿Por qué existe tanto interés en una zona deshabitada? Según algunos estudios, la riqueza en recursos naturales es sideral: se calcula que contiene el 13% del petróleo y el 40% de las reservas de gas natural mundiales, sin olvidarnos del oro. A esto se suman las nuevas dinámicas provocadas por el imparable Calentamiento Global: la posibilidad de abrir una nueva ruta comercial en el Mar del Norte debido al deshielo es factible (ya existe un transporte pero todavía minúsculo). Si se diera en grandes proporciones, podría cambiar la Historia del comercio mundial, haciendo al flujo de mercancías más accesible entre Asia, América del Norte y Europa; lograr tener el control de dichas transacciones sería de una relevancia económica y geopolítica de alcances inimaginables. Se convertiría en una alternativa al paso del Canal de Suez (Egipto).
Paraguas nuclear. Durante la Guerra Fría, el Ártico no tuvo relevancia en el aspecto de la lucha por las zonas de influencia en términos de polarización comunismo/capitalismo, pero sí fue importante a la hora de pensar la probabilidad de un ataque nuclear de la otra potencia rival. Las fronteras sobre el Océano Glacial Ártico era la zona más vulnerable a una agresión por la falta de escudos anti-misiles capaces de una acción disuasiva -debido a la corta distancia-, e incluso lo sigue siendo actualmente; agregado al camuflaje que las capas de hielo dan a los submarinos con cargas nucleares. Esta situación de desafecto geopolítico comenzó a cambiar cuando el interés energético se hizo realidad entrada la década del 2000’.
Actores. En 2007, Rusia se convirtió en el primer país en colocar una bandera nacional en el fondo del Mar del Norte, parodiando la acción estadounidense durante la llegada a la Luna. Desde ahí, el país eslavo se fue convirtiendo en el actor mejor preparado para un eventual choque militar o diplomático en la zona. Cuenta con la flota de rompehielos más grande del mundo, una diferencia de 14 a 1-2. Esto sumado a una notable expansión de bases militares y científicas, con enclaves de abastecimiento y exploración muy sofisticada. Se dice que el Ártico tiene más reservas de gas y petróleo que todas las descubiertas en territorio ruso, un botín nada desdeñable (Hille Kathrin: La obsesión de Rusia por el Ártico. Financial Time, 29/10/2013). Hace pocos meses, Putin inauguró una plataforma hidrocarburifera en la parte Norte de Siberia. La primera de su tipo. A esta se le suma una cada vez más aceitada alianza con un nuevo actor global: China. El Imperio del Medio parece interesado en colaborar con los rusos en dos aspectos: por un lado, la riqueza energética es una cuestión de importancia vital y el abastecimiento de hidrocarburos por tierra, una cuestión de seguridad nacional; las líneas marítimas más importantes son controladas por Estados Unidos, un bloqueo provocaría el ahogamiento de su economía. Por otro, la ya nombrada probabilidad-realidad, cada vez más manifiesta, de crear una ruta comercial segura por el Mar del Norte seduce a Beijing que ven en ella la posibilidad de abaratar los costos -recorte de distancia con Europa, logística- y de sortear las rutas marítimas tradicionales -larga distancia/control occidental-. El nuevo “Libro blanco del Ártico” pone sobre la mesa los pasos a seguir de los chinos (Jalife Rahme Alfredo: Rusia y China, juntos a la conquista del Ártico. La Jornada, 24/10/2017).

La colaboración con el gigante euroasiático, la entrada en como miembro observador del Consejo del Ártico (2013) y la construcción de rompehielos en el último tiempo, van en ese sentido. A pesar de todos estos avances, el marco legal-territorial parece jugar en contra de estas ambiciones vulnerando su posición en un posible tratado negociado. Estados Unidos, por su parte, aunque parezca increíble, aparece muy rezagado comparado con su rival ex soviético: su flota de rompehielos es muy inferior y los proyectos de construcción parecen poco alentadores. Su posición territorial está fundamentada por la pertenencia de Alaska (cedida por los rusos en 1867) como Estado de la Unión, región rica en petróleo. Los planes de explotación de este recurso en las plataformas marítimas cercanas y pertenecientes al Ártico fueron autorizadas por George. W. Bush, pero luego rechazadas por Barack Obama aduciendo posibles consecuencias ambientales catastróficas. Esta decisión duramente criticada por el establishment republicano en el Senado, fue desbaratada por su sucesor Donald Trump. Con el nuevo inquilino en la Casa Blanca parece que la diplomacia energética tradicional recupera su poder de Lobby; el Polo Norte nuevamente se lleva las miradas de los think-tank nacionales (Ansorena Javier: Trump abre la madre de todas las batallas: EE.UU. entra en el Ártico para explotar sus recursos. ABC, 7/08/2017). Para lograr sus objetivos cuenta con sus aliados tradicionales. El primero de ellos, Canadá, también tiene interés en aprovechar su ubicación geográfica para la extracción de petróleo y gas. Su alianza con su poderoso vecino es tanto económica (inversiones, exportaciones) como militar y diplomática. Hacer causa común le da mayor poder de negociación pero, a la vez, lo deja como primera línea fuego de cualquier conflicto que se de en la región. El otro es Japón, miembro observador de CA (2013) que no parece tener demasiada clara su postura geopolítica, más que seguir a EE.UU., aunque si económica: no quiere quedar fuera de las jugosas inversiones que se puedan llevar adelante (Maiquez Miguel: La batalla por el Ártico. 20 minutos, 21/09/2015). En otro aspecto nos queda analizar la posición de los países bálticos (Dinamarca, Noruega, Suecia y Finlandia) e Islandia. Todos son beneficiarios posibles de una posible repartición del Ártico gracias a su posición territorial. Pese a esto, su debilidad estratégica reside en la debilidad relativa en todos los aspectos que tiene con sus rivales regionales, cualquiera de ellos.Férreos defensores de una política de neutralidad durante la bipolaridad de la Guerra Fría, los países nórdicos mantuvieron una sincera independencia en sus reclamos. En la actualidad eso parece haber cambiado. La retórica diplomático-militar de Occidente con Moscú puso a prueba dicha postura; el acercamiento a la OTAN y las supuestas amenazas rusas en el Mar Báltico demuestran cuales son los nuevos lineamientos tomados: ¿es en nombre de la defensa de un posible (inverosímil) ataque del Kremlin este giro en la política exterior? ¿Son presiones foráneas las que intervienen en estas decisiones? ¿Se están preparando para un posible conflicto/negociación económico-territorial donde puedan sostener una posición de poder? La tercera parece factible. Las potencias europeas tradicionales solo merecen unas líneas. Como en muchos casos, solo siguen las directrices de Washington, producto de su decadencia irrefrenable en la geopolítica mundial. Aunque por las tensiones que se comienzan a ver desde la llegada del Trumpismo a la Casa Blanca, parecen comenzar a despertar lo que podría cambiar su forma de encarar los desafíos geopolíticos que les presenten.
Porvenir. Queda claro que la lucha por el Ártico ya es una realidad. La región tiene todo para ser geopolíticamente relevante: riqueza económica y una posición geoestratégica por demás importante. A esto se le suma un aspecto que hemos destacado en el artículo anterior sobre el Cuerno de África: la crisis medioambiental, reflejada en el Calentamiento Global y sus catastróficas consecuencias (deshielo en este caso) -palpable en la destrucción de la fauna y flora nativa-, colabora a la emergencia de escenarios conflictivos. Poco interesados en las consecuencias climáticas, los líderes mundiales hacen de la disyuntiva ambiente/mercado una oportunidad para desarrollar lo segundo, dejando al libre albedrío el futuro de las próximas generaciones.A medida que la región se calienta climáticamente, a la par se recalienta la geopolítica. Un pacto negociado, como fue el Tratado Antártico de 1959, parecería una buena solución, pero es improbable que suceda. El teatro de operaciones está más abierto que nunca.
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