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El dominio de las grandes estructuras territoriales

  • Foto del escritor: Dario Perero Prof.
    Dario Perero Prof.
  • 19 feb 2019
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 8 mar 2019


Principales estructuras territoriales actuales

Desde la segunda posguerra vemos un cambio trascendental en las formas de dominación: la transición de un tipo de modelo hegemónico de organización (el Estado-nación) a otro (el de los Estados geográfica y demográficamente enormes). Un aspecto central y relevante para comprender hacia dónde camina el orden internacional y quiénes serán sus actores principales.

Hipótesis. En una conferencia recogida luego en un libro (2007), el historiador Eric Hobsbawm sostenía que no se podía comparar la llamada “pax británica” con la “pax americana”. Exponiendo diferentes puntos, tocaba uno de vital importancia para el presente artículo: “hasta muy recientemente, la cuestión del tamaño no era tan relevante: la Gran Bretaña que gobernaba el mayor imperio de época era, incluso con el criterio de los siglos XVIII y XIX, un país de tamaño medio. Durante el siglo XVII los Países Bajos, un país de una envergadura semejante a la de Suiza, se pudo convertir en una potencia de primer orden. Hoy sería inconcebible de ese tamaño, por rico y tecnológicamente avanzado que fuera, se pudiera convertir en una potencia global” (p. 96). El historiador británico aduce que a diferencia de Gran Bretaña, EE.UU. es casi independiente del mundo exterior, con una economía basada en el mercado interno a diferencia de su predecesora dependiente del comercio internacional[1]. Por lo tanto, solo países densamente poblados y geográficamente enormes pueden ser futuras potencias. Ser una unidad de producción autónoma requiere una masiva cantidad de consumidores y de una enorme riqueza de recursos naturales a su alcance. He aquí, el propósito de este artículo.


La URSS y EE.UU., los bloques de la guerra fría

Antecedentes. En un análisis conjunto de finales de la década de los 90’, (Arrighi, Po-Keung Hui, Ray y Reifer, 1997), sobre las transiciones hegemónicas y su influencia sobre la nueva estructura estatal de la nueva/s potencia/s dominante/s, sostenían que durante el siglo XVII, “el moderno sistema de Estados soberanos quedó instituido formalmente bajo el liderazgo de una agencia, las Provincias Unidas, que no era del todo un Estado Nación, sino más bien una organización semisoberana (…) que tenía más en común con las declinantes ciudades-estados del norte de Italia que con los estados nacionales que estaba surgiendo en el noroeste de Europa”. Este modelo sería superado luego de la Paz de Westfalia por el modelo británico que tampoco era un Estado Nación sino otra “agencia (…) una organización imperial cuyos dominios territoriales y redes de poder abarcaban el mundo entero (…) Bajo el caparazón de esa organización imperial, la industrialización revolucionó la logística de construcción del Estado y la organización de la guerra, creando las condiciones para el surgimiento en el siglo XX de Estados de tamaño continental en los flancos oriental y occidental. Estados Unidos y la URSS dejaron chicos a los típicos Estados nacionales del núcleo europeo, que llegaron a ser percibidos como “demasiados pequeños” para competir industrial y militarmente. El irresistible ascenso de la potencia y riqueza estadounidense en el transcurso de las dos guerras mundiales, y el ascenso de la potencia (pero no tanto de la riqueza) soviética tras la Revolución Rusa, confirmaron la validez de esa percepción y prepararon el escenario para el Orden Mundial de la Guerra Fría “bipolar” bajo la hegemonía de Estados Unidos” (pp. 45-46)[2]. En el mismo sentido, el historiador Paúl Kennedy sostiene que desde los albores del siglo XX, “las grandes potencias europeas tradicionales como Francia y Austria-Hungría, y otra recientemente unida como Italia, estaban perdiendo la carrera. Por el contrario, enormes Estados del tamaño de continentes, como los Estados Unidos y Rusia” (p. 15)[3]

Fue por eso que desde 1950, se dieron experimentos, o intentos de ellos, para unificar territorios en espacios geopolíticos capaces de confrontar con los bloques de la Guerra Fría. El proyecto ABC (Argentina, Brasil, Chile) de Perón, la República Árabe Unida o la extensión del panarabismo de Nasser, las pretensiones hegemónicas de Vietnam en Indochina, pueden ser vistos como intentos de conformar unidades de producción capaces de ser competitivas en los ámbitos económico y militar, fundamentalmente. Pero el caso más resonante es la de la Unión Europea que desde la creación de la Comunidad del Carbón y del Acero (1952) hasta la creación de la Comunidad Económica Europea (CEE, 1957), fue pensada como una organización con el objetivo de formar un tercer gran bloque de producción y de mercado, como lo eran Japón y los EE.UU. Desde la conformación de la Unión Europea (UE, 1992) se ha dado un paso más aunque las disensiones internas y las preocupaciones externas (EE.UU. en particular) no dejan conformar un proyecto monolítico; el gran sueño de algunos: los Estados Unidos Europeos, con ejército y constitución propia parece ir en el mismo sentido. Los Estados Nación por separado como sueñan en la derecha radical, son irrelevantes, ya sean Francia o Alemania (Gran Bretaña con el Brexit está condenada a ser un satélite en la órbita norteamericana).

El TLCAN también fue y es actualmente en su nueva versión, una estructura supraestatal donde los aranceles y la deslocalización son de índole intrafronteriza. México y Canadá, son proveedores de materias primas y de trabajadores (especialmente el norte mexicano) de la economía del gigante estadounidense. El TLCAN va más allá de un TLC normal, es una ampliación de la economía de la mayor potencia mundial.

Actualidad. En el presente, basta mirar un mapa para ver cuáles son las estructuras territoriales con capacidad de influencia en el mundo, o al menos en su espacio cercano, para notar la realidad aquí planteada. China, EE.UU., India, Rusia o la Unión Europea son los únicos capaces de pretender jugar un rol preponderante el mundo. En cambio, Indonesia, Turquía o Irán pueden aspirar a potencias pero de tamaño medio. Japón, lo es económicamente hoy en día; Brasil es una incógnita, densamente poblado y de gran extensión, no parece despegar de su rol secundario e incluso encuentra serias dificultades para actuar como potencia regional. África es demasiado diversa en todos los aspectos, parece imposible que desarrolle su potencial centrífugo para convertirse en un jugador global independiente.

En América Latina, el sueño de los bolivarianos de la “Patria Grande” siempre estuvo abocado a formar una unidad continental en el sur para enfrentar a la unidad del norte; desde Bolívar hasta Hugo Chávez, sin olvidarnos la creación del MERCOSUR, tenían como objetivo unificar el potencial demográfico y geográfico (recursos humanos y materiales) de la región. En una entrevista reciente, el analista Juan Gabriel Tokatlian mostraba su preocupación por la desintegración política latinoamericano, que tendría como consecuencia la irrelevancia internacional del continente. Un escenario parecido al africano[4].

Por tanto, parece que la situación se dirimirá entre grandes centros de producción, unificados dentro de un Estado o de varios estados –ya sean federados o confederados-. Es evidente dicho escenario. En economía, los países con grandes extensiones tienen la ventaja de utilizar sus recursos para el desarrollo nacional, así como su población para impulsar el consumo masivo. Tanto la explotación de las riquezas naturales como el poder demográfico, impulsan la inversión interna y foránea porque el mercado sabe que va a beneficiarse desarrollando sus actividades. Así también, en el campo tecnológico –la mayor causante de desigualdad, por ser la más difícil de crear- se observa la misma situación que en la económica: la ventaja se encuentra en las grandes unidades de producción. Dos ejemplos. Primer caso: las principales economías de conocimiento e innovación son pequeños Estados (Israel, Suiza, Singapur, Australia, Corea del Sur, etc.) pero si lo comparamos con la capacidad de producción de un gran Estado, las diferencias saltan a la vista. China se encuentra en el puesto 17 en el ranking, pero el tamaño de su economía hace que supere fácilmente en potencial para competir mundialmente a cualquiera de los rivales antes nombrados. Segundo caso: el desarrollo de la economía de la información es cuestión de pocos jugadores. Para producir el 5g, EE.UU. y China están en la delantera porque el primero controla las bases de datos en idioma inglés, mientras la segunda tiene una población de más de mil millones de habitantes. Europa corre de atrás, al igual que en inteligencia artificial porque no tiene una política coherentemente unificada.

Por otro lado, la ventaja de ser enorme en tamaño actúa como relevancia geoestratégica. Rusia puede soportar las sanciones occidentales porque controla un territorio basto en recursos, que alcanza la riqueza del Cáucaso hasta la del Ártico, con fronteras con la potencia europea en Occidente y con la China en el oeste. No hay que subestimar los aspectos demográficos y geográficos, a veces cegados por las miradas economicistas.

Tres conclusiones: 1- EE.UU., China, Rusia e India (se puede sumar alguna potencia más) serán los actores globales en la próximas década por su potencial, en cualquiera de los ámbitos antes tratados; 2- las potencias tradicionales, representadas en Estados nacionales –Europa Occidental, sobre todo- deberá reconocer que la única forma de seguir siendo geopolíticamente relevante es continuando la integración continental; 3- los pequeños Estados deberán entender que si no se unifican en grandes bloques político y económicos –África y América Latina, el Medio Oriente y el Sudeste Asiático-, están perdidos ante las luchas de poder que se avecinan.

[1] Hobsbawm Eric: Guerra y paz en el siglo XXI. Ed. Sol 90, 2012.


[2] Arrighi/Silver: Caos y orden en el sistema-mundo moderno. Ed. Akal, 2001.


[3] Kennedy Paúl: Auge y caída de las grandes potencias. DeBolsillo, 2004.


[4]América Latina camina hacia la debilidad y la desintegración”. Entrevista con Juan Tokatlian. Revista Nueva Sociedad, febrero de 2019.



 
 
 

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