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¿El cambio geopolítico del siglo?

  • Foto del escritor: Dario Perero Prof.
    Dario Perero Prof.
  • 22 ene 2019
  • 11 Min. de lectura

Abrazo entre un soldado ruso y otro chino durante un ejercicio militar conjunto

En un artículo de reciente publicación, el historiador y académico norteamericano Graham Allison advertía de una amenaza peor que la representada por la URRS en la Guerra Fría para EE.UU.: una probable alianza entre Rusia y China. Recordando que el ex asesor de seguridad nacional de la administración Cárter (1977-1981) y prestigioso estratega polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinski (1928-2017), también había advertido de lo mismo tiempo antes de morir: "el escenario más peligroso” sería “una gran coalición de China y Rusia (...) unida no por ideología sino por reclamos complementarios (…) sería una reminiscencia de la escala y el alcance de un desafío planteado una vez por el bloque chino-soviético, aunque esta vez China probablemente sea el líder y Rusia el seguidor"[1].

Lo cierto es que estas advertencias ya comienzan a ser moneda común en el establishment norteamericano, e incluso en Europa; ambas potencias se han acercado mucho en los últimos años en el plano diplomático, económico y militar. La presión de Washington no hace más que ayudar a limar las asperezas del pasado. De concretarse, sería el gran cambio geopolítico de nuestro siglo. Analicémoslo en profundidad.

Acercamiento y cooperación. Después de la ruptura del bloque comunista a principio de los 60’, Rusia –en ese momento la URSS- y China no tuvieron un contacto diplomático fluido hasta entrada la década de los noventa.

En efecto, con el fin del de la Unión Soviética el acercamiento se hizo patente pero nunca más allá de lo estrictamente formal, de la diplomacia propia de una era globalizada. No fue hasta la década de los 2000’ cuando ambos países comenzaron a compartir puntos de vista similares en organizaciones e instituciones internacionales (ONU, G-20, ASEAN) o a fundar otras como la OCS (Organización de Cooperación de Shanghái) o los BRICS. La primera fundada en 1996, aglutina a diferentes países de Asia Central y del Indostán, tiene como objetivos la lucha anti terrorista pero para algunos en Occidente es una especie de OTAN asiática en construcción[2]. El segundo, es un grupo de países emergentes que comenzó a reunirse después de la crisis de 2008 pero que está en un estancamiento debido a su heterogeneidad y cambios políticos[3].

Aunque el cambio hacia una relación más cercana se dio bajo la presidencia de Ju Jintao, fue con el nuevo líder chino Xi Jinping y su relación de amistad personal con el Presidente de Rusia Vladimir Putin, que se elevaron al más alto nivel de cooperación.

Cooperación diplomático-estratégica limitada. Ambos líderes se vienen reuniendo más de una vez al año desde que han asumidos sus respectivos mandatos en 2012 –el primero de Xi y el tercero de Putin-.

En el campo diplomático coinciden en no aceptar la hegemonía estadounidense imperante. Concuerdan en que el mundo está en transición desde una era unipolar a otra multipolar, donde los actores implicados deben negociar en igualdad de condiciones y aceptar las líneas rojas del adversario; esferas de influencia que son vitales para los intereses de las élites que dirigen ambos Estados. Dos ejemplos claros son el de Ucrania, el Cáucaso o el Mar de China Meridional.

En el caso de Ucrania, la equilibrista diplomacia china nunca se declaró de acuerdo con la anexión de Crimea por parte de Rusia pero tampoco condenó su actuación, como intentó que lo haga en ese momento la Administración Obama. Mientras, Rusia tampoco se inmiscuye en las disputas que tiene China en su litoral marítimo, aunque los medios oficiales o cuasi oficiales rusos son más directos en ese sentido, apoyando casi abiertamente los reclamos de Pekín en la zona. Las dos potencias tienen intereses que ameritan una política de mayor prudencia: Ucrania es un gran exportador de trigo del gigante asiático, e incluso le ha arrendado tierras para su plantación en territorio nacional; Rusia en cambio, es una gran exportador de armas a países del sudeste asiático que también tienen reclamos en el Mar del Sur de China.

En la ONU, las coincidencias parecen ser mayores en rasgos generales. En temas como la desnuclearización de la península coreana, uno y otro tienen interés en no compartir frontera con una nación con armas atómicas con un líder bastante impredecible. Pero tampoco les conviene una guerra o un colapso del régimen que impulse una ola de refugiados siempre difícil de sobrellevar. Por último, Corea del Norte sirve de Estado tapón que mantiene a raya cualquier intento de EE.UU. en la región fronteriza de los dos países. En el contencioso de EE.UU. e Israel con Iran por su programa nuclear, las posturas fueron siempre acordes: rechazar cualquier acción militar con la República Islámica, y a la vez no aceptar la producción de armas nucleares por el país persa. Posición sostenida durante las reuniones del G5+1 entre 2013-2015[4].

Otros puntos de coincidencia fueron Libia y Siria. Durante el bombardeo de la OTAN en el país norteafricano, tanto China como Rusia criticaron la injerencia en asuntos internos de otros estados por parte de Occidente pero se abstuvieron en la votación de CSONU (Consejo de seguridad de las naciones unidas) sin utilizar su poder de veto, actitud criticada por el dictador libio Muhammad al Gadafi, dando así legalidad internacional al ataque militar. En Siria las decisiones fueron diferentes, ninguno de los dos aceptó que se bombardeara el país cuando, sobre todo Francia y EE.UU., lo exigían. Los vetos en el Consejo de Seguridad fueron coincidentes en ese sentido desde un primer momento. Pero en Siria se fue más allá. Desde el momento que el trinomio Obama-Hollande-Cameron quiso violar el derecho internacional con un ataque al país mediterráneo, acusando al régimen sirio de utilizar armas químicas, Rusia seguida de China fueron quienes lideraron la resistencia que terminó abortando dicha acción militar. En 2015, cuando los rusos comenzaron su intervención a favor de Al Assad, los chinos no protestaron e incluso apoyaron la misión.

Los intereses se volvieron a alinear en el Medio Oriente porque ambos Estados tienen querencia en que los terroristas sean eliminados en la región para que no migren al Cáucaso (sobre todo a Chechenia) o regresen a la provincia norteña de Xinjiang (China) de mayoría musulmana. Rusia no quiere que Europa pueda hacerse de otros proveedores de gas y el territorio sirio es vital en ese sentido[5].

Visto esto, no queda duda de que existen intereses coaligados entre ambas potencias. Lo mismo con Venezuela, donde la apuesta económica y financiera en los últimos años es muy alta, por ello siguen sosteniendo un apoyo incondicional al gobierno de Maduro. Y la relación no se queda solo en el juego diplomático.

De la diplomacia a lo económico-militar-tecnológico. Es que el potencial de la relación es muy grande. China como segunda potencia económica mundial, ya es el mayor consumidor de petróleo del mundo y también de gas; mientras Rusia es el segundo mayor productor de petróleo mundial y la primera potencia gasífera del orbe. Los asiáticos tienen bien claro que necesitan una ruta terrestre para importar energía ya que las marítimas son controladas por Estados Unidos y el Oriente Medio es un polvorín que no lo deja ser un proveedor fiable a medio-largo plazo. Los euroasiáticos desde las sanciones occidentales de 2014 en adelante, necesitan diversificar sus exportaciones de hidrocarburos, para escapar a la dependencia que la une a los consumidores europeos. En plena tensión con EE.UU. y la UE (Unión Europea) por Crimea, Putin firmaba con su par Xi, múltiples acuerdos para construir un gaseoducto que lleve gas de Siberia a las grandes ciudades china por treinta años[6]. Además, con la guerra comercial en curso, los agricultores rusos –mayor productor de trigo del mundo- ven con buenos ojos el abrirse paso en el mercado chino, restringido a EE.UU. por los aranceles aplicados por Pekín. E incluso se llegó a hablar de un rescate financiero a la banca rusa por parte de bancos chinos durante 2014-2015.

En el campo de la innovación, el ambicioso programa espacial chino necesita de la tecnología rusa de punta para seguir impulsando su desarrollo; en igual caso que la industria militar. China es el segundo mayor importador de armamento de Moscú solo superado por la India. También en estos dos campos se firmaron múltiples acuerdos en los últimos años; se han hecho ejercicios militares y proyectos tecnológicos conjuntos. Xi sabe que Rusia es el puente con Europa, necesario para conectar ambos continentes en su gran proyecto geopolítico a largo plazo: la Nueva Ruta de la Seda. En el mismo sentido, el ártico ruso es estratégico para acortar distancias comerciales utilizando una futura ruta por el Mar del Norte. Todo esto, sumado a que el país más grande del mundo tiene un mercado para los productos manufacturados chinos de 145 millones de habitantes. Y más importante aún, podría sumarse como importante banco de pruebas de la moderna tecnología 5g de la empresa Huawei, prohibida en varios países por supuesto espionaje para el gobierno central –gran excusa para ralentizar el progreso tecnológico del país del centro-.

Como vemos tanto en lo diplomático como en las demás áreas, la relación es totalmente pragmática y está unida al rechazo/presión que ejerce Washington sobre sus dos contendientes estratégicos. Las perspectivas para una futura alianza, son probables pero no todo lo que brilla es oro.


El presidente Xi (derecha) y Putin (izquierda) durante la firma de un tratado

Desconfianza. La Historia siempre juega su partida, el pasado a veces puede ser cruel y un arma de doble filo para cualquier relación.

En rigor, China y Rusia fueron aliadas desde la victoria de Mao hasta la muerte de Stalin pero luego casi estuvieron a punto de la guerra, cuando Krushev estuvo cerca de utilizar armas atómicas. También hay recordar que la revolución china se hizo casi sin ayuda soviética; en los años 20’ Stalin apoyó al Kuomintang (Partido Nacionalista) que lo llevó al desastre de 1927[7]. A diferencia de los países del Este europeo, el Partido Comunista Chino –quién gobierna actualmente- siempre fue independiente de las diatribas de Moscú. El intento desde un primer momento de crear una bomba atómica para salirse del paraguas de protección de la URRS confirma lo dicho.

En ese momento, China rechazó ser el socio menor, amparado en una crítica a la heterodoxia del Partido Comunista Soviético al morir Stalin; ahora podría ser Rusia quien no acepte ser el rezagado. Trump y sus asesores lo habían pensado así, cuando propusieron mejorar las relaciones con Putin como una diplomacia a la inversa a la hecha por Nixon-Kissinger en los 70’. El fracaso de una política de apaciguamiento con Moscú no fue culpa de los rusos como dicen los demócratas o cierto sector del establishment norteamericano, sino de la intransigencia que ellos tienen para no dejar de ver al país eslavo como el enemigo más importante de la primera potencia mundial. El analista mexicano Alfredo Jalife Rahme ha repetido más de una vez que “el peor error de la era Obama fue empujar a Rusia a los brazos de China”[8].

Para Rusia existen dos inconvenientes a tener en cuenta: uno histórico-ideológico y otro de seguridad nacional.

El primero, es la vieja discusión entre eslavófilos –nacionalistas que proponen un retraimiento del país hacia los valores tradicionalistas- y los occidentalistas –admiradores de los logros de los países europeos, siempre propusieron terminar con las diferencias con las demás potencias copiando sus modelos industriales y sociales-[9]. Aunque las relaciones con Oriente nunca entraron en la discusión de dicho dilema más que como tierras de colonización, sí tienen que ver desde otro parámetro: Putin siempre quiso ser parte de Occidente, tener una relación estable con EE.UU. y una muy buena con Europa, sobre todo con Alemania. Las tensiones lo impulsaron a buscar apoyo diplomático y económico en una potencia asiática en ascenso como es China. No es que Asia sea la última opción pero de seguro no era la primera. Es necesario decir que también Pekín busca un acercamiento a los países desarrollados, grandes exportadores de capital y con capacidades tecnológicas de punta, dificultado por la desconfianza en el último tiempo.

En el otro caso, el peligro para la seguridad nacional es muy discutido en los círculos de poder y en el gobierno. Nada más y nada menos que Alexander Dugin, principal asesor ideológico del presidente, fue quién en una entrevista reciente opinó sobre el tema. En ella, el filósofo apoyó el giro hacia Oriente de Putin pero advirtió sobre tres cuestiones centrales: 1-la dependencia económica-financiera que puede conllevar una asociación con una potencia como la de China que tiene un PBI seis veces más grande que el de Rusia; 2- la pérdida de influencia en Asia Central, cada vez más conectada con la economía del dragón asiático, sobre todo Dugin hablaba de Kazakstán; 3- el peligro de una pérdida de soberanía en Siberia por el desequilibrio demográfico entre la región Oriental rusa y las provincias norteñas chinas[10].

Otro aspecto que dificulta el conformar una alianza es la competencia. El país eslavo es el segundo mayor exportador de armamento, solo por detrás de EE.UU., mientras tanto China ya está entre los cinco primeros puestos en este rubro[11].

Parte de las exportaciones rusas van al norte y centro de África, Venezuela, el sudeste asiático y el Oriente Medio. Y aquí surgen los problemas. Los empresas chinas comienzan a competir en el continente negro, en Venezuela también y de igual manera en el sudeste asiático. Al vender a salarios más competitivos, preocupa a Moscú perder sus mercados que terminen en manos de Beijing. Pero lo más grave se da en el subcontinente indio, donde la rivalidad histórica entre Pakistán e India tiene como correlato el mercado armamentístico. Rusia vende armas a la India; China hace el mismo negocio con Pakistán. La primera es la tercera potencia económica de Asia y uno de los rivales estratégicos más importantes del dragón, especialmente en el Océano Indico. ¿Cómo puede existir una alianza cuando una de las partes arma al adversario geopolítico del otro? Lo mismo ocurre con otros rivales en Asia Pacifico que tienen disputas territoriales, como Vietnam, Filipinas, Indonesia, etc.

Por último, para sumarle complejidad a la hipótesis de una alianza, tenemos que hablar de sus líderes. Tienen la ventaja de coincidir en el rechazo a la democracia liberal tal cual la conocemos en el hemisferio occidental y de, como dije antes, tener una relación promiscua y amigable. Una amistad entre los jefes de Estado puede ser beneficiosa en el corto plazo pero en el largo plazo deben existir lazos más sólidos y duraderos. Un ejemplo claro es el de la OTAN, donde después de la posguerra el liberalismo y la economía de mercado eran banderas que ambos defendían y de alguna manera todavía defienden, haciendo de lo tangible algo ideológico. Es lo que Brzezinski aludía cuando hablaba de una alianza por comunidad de intereses entre ambos países y no por ideología. Putin deja el poder en 2024, cualquier otro mandatario puede volver a girar en la política exterior, lo mismo que en China. El desafío será ver si pueden convertir su relación en una política de Estado.

¿Alianza? El futuro no se puede predecir pero sí se pueden encontrar formas de acercarnos a un diagnostico capaz de poner en perspectiva lo que acontece y acontecerá.

En la geopolítica mundial, una alianza entre Rusia y China es lo que gira en las mentes de todos los analistas y en todos los “tanques de pensamiento”. Y no es para menos, tratándose de la primera o segunda potencia económica global y la segunda potencia militar/nuclear del mundo. El país más grande del mundo y el tercero en la misma medición; y la nación más poblada de la tierra. Sería, como plantee en el título, el golpe geopolítico del siglo XXI, una re configuración global a gran escala.

Por ahora, parece ser más que una alianza formal o informal, una comunidad de intereses estratégico y, en gran medida, defensivos ante el embate de la potencia hegemónica global.

Tanto Rusia como China tienen agendas exteriores independientes que no parecen querer renunciar en un futuro cercano pero de proseguir el camino de confrontación que propone Estados Unidos, la pesadilla estratégica de los estrategas en Washington puede hacerse realidad.

[1] Graham Allison: “China and Russia: A Strategic Alliance in the Making”. The National Interest, 14/12/2018.


[2] “Cumbre de la ‘OTAN Oriental’”. EL PAIS, 16/08/2007.


[3] Diego Rubinzal: “La crisis de los brics”. Pág. 12, 18/12/2016.


[4] El G5+1 fue una idea de Obama para negociar a varias bandas con Iran por su programa nuclear. Su nombre aduce a las cinco potencias permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (EE.UU., Rusia, China, Francia, Reino Unido) más Alemania.


[5] Borja Bergareche: “Siria: el escollo entre el gas natural qatarí y Europa”. ABC, 15/09/2013.


[6] “China y Rusia firman un histórico acuerdo de gas natural en Shanghái”. El Mundo, 21/05/2014.


[7] Howard Carr: “La revolución rusa: de Lenin a Stalin, 1917-1929. Alianza Editorial, 1981.


[8] Entrevista a Jalife Rahme: “Error de Obama, empujar a Rusia a brazos chinos”. Siempre!, 24/12/2016.


[9] Goehrke, Hellman, Lorenz, Scheibert: “Historia Universal Siglo XXI: Rusia”. Ed. Siglo XXI, 2012.


[10] Entrevista a Alexander Dugin: “Trump es un paso hacia nuestro objetivo, pero es insuficiente”. Política Exterior, 21/11/2018.


[11] Antonio Martínez: “Radiografía del mercado armamentístico global: EE.UU. domina, China y Rusia avanzan”. El Confidencial, 12/10/2018.

 
 
 

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