Crisis del capitalismo neoliberal y de la democracia liberal
- Dario Perero Prof.
- 25 feb 2019
- 9 Min. de lectura
Actualizado: 21 mar 2019

Siempre que un sistema social entra en crisis, la riqueza se comienza a concentrar en las clases más pudientes; especialmente en el capitalismo. Actualmente, el proceso de concentración de la riqueza está alcanzado cotes peligrosos, generando zozobra y desamparo en la sociedad. Algo que están aprovechando muy bien los partidos de extrema derecha.
Edad de oro (1948-1973). Después de la segunda posguerra, las élites políticas y económicas entendieron que de no hacer concesiones, el peligro de una Europa comunista era una realidad. En efecto, occidente estaba destruido por la guerra y los partidos aliados a los soviéticos controlaban la parte oriental del continente y tenían gran arraigo social en países como Francia o Italia. EE.UU. entendió el peligro para su seguridad nacional de dejar a Europa en la miseria: el Plan Marshall fue la manera de reactivar el viejo continente y de todo su aparato industrial.
Tanto los gobiernos conservadores como su continuación –los laboristas (Reino Unido), socialistas (Francia) y socialdemócratas (Alemania)-, entendieron que la acumulación de riqueza anterior a la guerra podía desembocar en una salida por izquierda. Así, la economía sería influenciada por la ideología de corte keynesiano. Básicamente, el aumento de la productividad debía estar acompañado del aumento de los salarios de los trabajadores, construyendo un círculo virtuoso productividad/salarios/consumo/inversión que catapulto a Europa y EE.UU. a un nivel de vida y de crecimiento de la economía (con un boom tecnológico e industrial). Los estados se hicieron cargo de los servicios públicos esenciales –vivienda, salud, educación- y los partidos centroizquierda (demócratas, laboristas o socialistas) pudieron consensuar tasa elevadas de impuestos a las grandes fortunas. En EE.UU., por ejemplo, la tasa impositiva a los más ricos, bajo el gobierno conservador de Eisenhower llegaba al 90%. Se fundaba lo que sería conocido como Estado de bienestar, baluarte en las negociaciones entre empleador y empleado. Como consecuencia de dichas medidas, la pobreza bajó y Occidente vivió en la mejor calidad de vida de la historia de la humanidad: la llamada “edad de oro del capitalismo”[1].
Países del tercer mundo, intentaron crear sus propios estados de bienestar a su manera, bajando los niveles de desigualdad y pobreza (Argentina, Brasil); otros buscaron hacerlo por la vía comunista (Cuba, China y países africanos).
Pero todo tiene un final, y las élites que habían aceptado el “consenso keynesiano”, lo terminaron ante su primera crisis de magnitud en 1973.
Regresión. En Rigor, fue 1973 un año de crisis del capitalismo. Las tensiones entre empresarios y trabajadores venían creciendo en los últimos años, proceso alimentado por la disminución de la productividad laboral, el aumento de la inflación, la aparición de la automatización y la internacionalización de la economía, aumentaron la puja por la ganancia extra del valor producido (plusvalía en términos marxista). El aumento del petróleo, impulso la inflación y con ello, el desprestigio del modelo keynesiano.
Aparecería otra ideología a disputarle el terreno económico: el neoliberalismo o escuela de la oferta. Nacida ya en la década del 30’, sostenía los preceptos de la vieja economía clásica. Economistas como Friedrich Von Hayek o Milton Friedman, propondrían que para eliminar la inflación había que atacar el modelo de crecimiento basado en la demanda para pasarlo a la oferta. Esto significaba dejar de enfocarse en los salarios de los consumidores para poner el ojo en la mejora de la productividad y en el ofrecimiento de productos por parte del empresario. El mercado debía ser libre y autorregularse; para ello, se necesitaban eliminar los obstáculos para la acumulación de capital: es decir, los sindicatos que negociaban colectivamente parte de la ganancia para los trabajadores y el Estado que regulaba la actividad empresarial. Como la inflación, a su entender, era un fenómeno monetario se debía por tanto dejar de emitir moneda para impulsar la economía, una de las variables de ajuste que vive hasta la actualidad en los programas financieros internacionales. Los servicios públicos debían ser privatizados, los aranceles disminuidos y las normas bancarias desreguladas para que el mercado tome el timón de la economía; el Estado debía reducirse a actuar en el orden social (seguridad, protección de la propiedad)[2].
En los años dorados sus opiniones no eran escuchadas. Pero ante la crisis de 1973, las élites comenzaron a ver con buenos ojos el modelo neoliberal. El comunismo estaba estancado y la democracia liberal estaba asentada hegemónicamente, por lo tanto, una buena calidad de vida de las clases trabajadoras no era un mal necesario. La batalla ideológica estaba ganada: los premios Nobel de economía pasaron a manos de economistas ultra liberales como Hayek, Friedman o Lukács.
La escuela de Chicago –conducida por Friedman y sus discípulos-, hicieron sus primeros experimentos en Chile después del golpe de Pinochet y en Argentina durante la dictadura de 1976. Pero sería en EE.UU. e Inglaterra, bajo Reagan y Thatcher que la llegaría a ser hegemónico: se desregularon los mercados financieros, bajaron impuestos a las grandes riquezas, reprimieron huelgas y cambiaron las normas laborales destruyendo la capacidad de resistencia de los sindicatos. Apoyados en un discurso de orden social, egoísmo individualista y libre juego del mercado, ganaron rápidamente el consenso social. Los medios de comunicación, pasaron a estar en manos de unos pocos empresarios, haciendo propaganda de las bondades de la libre empresa y de la naciente internacionalización del capital.
A la par de las desregulaciones se venía dando un proceso imparable que rompía las barreras nacionales: la globalización económica y financiera. Las empresas occidentales empezaron a dejar de ser solo multinacionales para ser grandes trasnacionales, con sedes en cualquier país del mundo; la búsqueda de salarios baratos y de leyes laxas en el mercado laboral, hicieron que muchas de ellas cerraran empresas en sus países de origen para abrirlas en otras partes del globo; en particular a China, que desde la leyes de “reforma y apertura” de Deng era un paraíso de mano de obra casi esclava y alta productividad, donde las empresas japonesas fueron las primeras en desembarcar. Como consecuencia, la desindustrialización y el desempleo llegaron a Occidente.
La ideología neoliberal se expandió por Occidente, primero en los partidos conservadores para terminar conquistando a los viejos partidos socialdemócratas o socialistas: el Partido Demócrata estadounidense con Clinton, el laborismo británico bajo Tony Blair, el SPD alemán bajo Schroeder o el PSOE español. Al caer la URSS y el bloque del Este, la desregulación salvaje llegó a los antes países comunistas. En Rusia Boris Yeltsin, tuvo en sus ocho años de gobierno a Ministros de Economía educados por los Chicago Boys. Los mismo en los demás países de la Europa del Este, donde empresas alemanas o francesas, se trasladaron a Polonia o a los Balcanes.
En el tercer mundo, Asia, África y América Latina fueron presionadas para entrar en los 80’ y 90’ en el llamado “Consenso de Washington”, que impulsó medidas de ajuste fiscal y privatizaciones en todo el mundo. Nuevamente fueron los partidos tradicionales los que aplicaron las medidas neoliberales: el peronismo menemista en Argentina, el PSDB en Brasil, el PRI en México o los viejos partidos descolonizadores en África y el Sudeste Asiático.

Desastre. Como consecuencia, la desregulación financiera llevó a un endeudamiento escandaloso de los sectores públicos y privados, los bancos al tener una baja tasa de apalancamiento se han dedicado a la especulación generando crisis periódicas (1988-9, 2000, 2008). El ejemplo claro es EE.UU.: antes de Reagan era un acreedor mundial, ahora es uno de los países más endeudados del mundo. El surgimiento de los paraísos fiscales en los 70’ provoca que las grandes fortunas no paguen sus impuestos, fugando sus ganancias sin saber cuánto ni cuando lo hacen; en algunos (en todos) países representa una parte considerable del PIB, perjudicando el crecimiento, haciendo que la carga fiscal caiga sobre las clases medias y bajas. Sumado a que a los ricos se les han bajado los impuestos de manera periódica, las tasas corporativas se han disminuido drásticamente. La globalización provocó dos acontecimientos simbióticos: en el primer mundo, el traslado de las empresas fuera de sus países de origen, dejando a los grandes cinturones industriales de los países desarrollados (cinturón de óxido en EE.UU., norte de Italia, Norte de Inglaterra) con grandes masas de desempleados de la vieja clase obrera blanca que han caído en la pobreza aumentando el consumo de drogas y los suicidios. En la periferia, las desregulaciones neoliberales, sumado a las guerras civiles de herencia colonial, las crisis climáticas por la depredación ecológica, las hambrunas, impulsan a grandes masas de la población a la migración hacia Occidente, en busca de una vida mejor. Son ellos los dispuestos a trabajar por salarios bajos, perjudicando al trabajador europeo o norteamericano, generando un resentimiento muy grande. El impulso por las élites de la inmigración, apostando a la multiculturalidad fue aprovechada para bajar los salarios generando más desigualdades y un creciente racismo y discriminación en las bases nacionales tradicionales (blancos galos, alemanes, italianos, ingleses, estadounidenses; la pobreza y la indigencia siempre la sufren más las minorías pero son las mayorías étnicas las que se movilizan) que sienten como invasivo la presencia de extranjeros africanos, asiáticos o latinos, dependiendo la ubicación geográfica. Es ahí donde la extrema derecha recluta sus votantes fogoneando el temor a la inmigración.
Trump, Le Pen, Salvini, Abascal, Orban, el brexit, son algunos de los casos de ascensos de la derecha extrema o también llamado populismo de derecha: racista, xenófoba, homófona, clasista, autoritaria y con tintes de nacionalismo étnico. Es que el votante medio siente que los partidos tradicionales no lo representan; en EE.UU., los republicanos y demócratas han mantenido casi la misma política neoliberal desde los 80’, lo mismo pasa con el laborismo y el conservadurismo británico, los republicanos y socialistas franceses, y así sucesivamente. Cuando alguien busca implementar políticas de inclusión social, es bombardeado por los medios masivos de comunicación como un “populista” derrochador de los bienes públicos.
La democracia no resuelve los problemas en ningún lugar del mundo, por ello los votantes eligen outsiders o nuevos partidos híbridos, que camuflan sus posturas porque en el fondo son las mismas de las que el ultra liberalismo impulsa. Macron se presenta como un social liberal, alejado de los viejos partidos, sin embargo fue ministro de economía de Hollande y directivo de la banca Rothschild, que en su programa de gobierno recorta impuestos a los más ricos y aumenta el precio de los combustibles o recorta los programas universitarios, las jubilaciones o aplica una reforma laboral; lo mismo hace Macri apelando a la desideologización de la política. Lo mismo con una mirada más conservadora hace Bolsonaro en Brasil o Trump con las tasas corporativas en EE.UU. Los programas varían en lo social y cultural, pero siguen siendo gobiernos orientados a las élites. Votar a perdido sentido. De ahí la reaparición de los extremos.
El tejido social se roto desde hace tiempo, la inseguridad, la pobreza, el narcotráfico, la inmigración, las adicciones, la marginalidad, hacen que los votantes busquen liderazgos fuertes o, en su defecto, carismáticos (López Obrador es un ejemplo reciente). Muchos han dejado de ir a votar hace tiempo: en EE.UU., Europa y en otros países de América Latina apenas vota el 40% del padrón; el 60% no se digna de ir a votar. La democracia liberal está en peligro en un escenario con similitudes inquietantes con las décadas de 1920/30 del siglo pasado.
Desde la crisis de 2008, el capitalismo está en crisis, los ajustes en Europa son el ejemplo más claro (los salvajes ajustes en Portugal o Grecia). Tres son las consecuencias que se ven en el mundo:
1- La desigualdad crece sin parar. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres (1% más pudiente tienen más que el 50% de toda la población global)[3], generando violencia y marginalidad. La globalización acrecentó la brecha entre las clases universitarias que producen bienes de alta tecnología y los menos capacitados que ven como sus viejos trabajos terminan produciéndose en Vietnam o China. El concepto de “cuarto mundo” hace referencia justamente a los pobres que viven en el primer mundo[4]; en los suburbios de Chicago o de Marsella. El proletariado dejó de existir como clase social, para dar paso al precariado, un nuevo cuerpo social del cual recién estamos comprendiendo sociológicamente su significancia[5].
2- La crisis social. La adicciones a los opiáceos en Estados Unidos, la violencia extrema en toda América Latina (inseguridad y narcotráfico) o las enfermedades o trastornos mentales –depresión, sobre todo- son una constante en cualquier parte de Occidente; las tasas de suicidios son cada vez más alarmantes. Por eso, las nuevas religiones como el evangelismo están creciendo como redes de contención en los países americanos en general.
3- La crisis ecológica. El calentamiento global y la pérdida masiva de biodiversidad por la voracidad del consumismo capitalista, nos están acercando al suicidio masivo como especie. Los gobiernos como el de Macron aplican tasas de “conversión ecológica” (aumento en el precio de los combustibles fósiles, etc.), solamente sobre los consumidores y no sobre los productores (petroleras, fabricas contaminantes), generando enojo en sectores sociales que se sienten estafados. Una de las críticas al presidente francés hechas por los “chalecos amarillos” fue justamente esta. La derecha negacionista del cambio climático, se apoya en dichas críticas; por ejemplo, mientras Clinton en la campaña de 2016 prometía cerrar las grandes plantas de carbón, Trump prometía cuidar esos puestos de trabajo. No es casual que haya ganado en todos los Estados con economías tradicionales, alejados de las costas más cosmopolitas y dinámicas.
El capitalismo está en crisis, no quedan dudas. O al menos el capitalismo neoliberal financierista y globalista. Pero a además de ser una de tipo sistémico, ahora también es una de tipo civilizacional: el mundo corre hacia una hecatombe ecológica. La aparición de candidatos como Sanders o de personalidades como Ocasio-Cortés puede cambiar, o intentar cambiar, el desastres neoliberal. En un momento en que “parece más fácil imaginar el fin del mundo, que el fin del capitalismo”[6]
[1] Hobsbawm Eric: Historia del Siglo XX. Ed. Crítica, 2012.
[2] Toussaint Eric: Neoliberalismo. Breve historia del infierno. Capital Intelectual, 2012.
[3] El 1% más rico del planeta acumula más riqueza que el resto de la humanidad. Ámbito Financiero, 22/01/2018.
[4] Roquet Gemma: Bienvenidos al cuarto mundo. EOM (El Orden Mundial), 17/05/2017.
[5] Natanson José: El precariado. Le monde diplomatique, febrero de 2019.
[6] Frase aludida a Jameson o Zizek.
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